Domingo 2 nov. Fieles Difuntos: “El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”

Apocalipsis da el tono de este día de los Difuntos, que, desde la fe en Cristo, no es tan sombrío: “oí una gran voz desde el trono que decía: «He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y el «Dios con ellos» será su Dios». Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto, ni dolor, porque lo primero ha desaparecido”. La realidad nueva que Dios crea, la Vida nueva que nos da, es ésta. Morar con Dios, en el lugar sin muerte, ni llanto, ni luto, ni dolor. Aparece la preciosa imagen de Dios secando las lágrimas de sus hijos, consolando. Y abriendo para ellos un horizonte nuevo donde ya no hay que sufrir. Vivir con Dios es iniciar este proceso, es dejar que la vida y la esperanza que Dios da empiece a reinar en nuestras vidas. Para esto, sin duda hace falta que yo no viva muy instalado aquí abajo, en el mundo. Sino que viva abierto a las cosas de Dios, a los valores del cielo. Porque si tengo puestas todas mis esperanzas y anhelos de felicidad en cosas del mundo, despedirme de él va a ser difícil y sentiré que lo pierdo todo. Pero si voy invirtiendo la balanza, si cada vez me importa más las cosas del espíritu y menos las otras, despedirme de lo terreno no será tan difícil.

Merece la pena no olvidar la 1ª lectura que tocaba este XXXI domingo T.O. del libro de la Sabiduría. Sin duda una de las más bellas del Antiguo Testamento. “Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado”. Es difícil hablar mejor de la ternura de Dios por sus criaturas. De su amor compasivo por cada uno de nosotros que, como un niño que juega al escondite, se tapa los ojos para no ver nuestra maldad, para darnos tiempo a arrepentirnos, a hacer las cosas bien. La lectura termina así: “Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida. Todos llevan tu soplo incorruptible. Por eso, corriges poco a poco a los que caen, les recuerdas su pecado y los reprendes, para que se conviertan y crean en ti, Señor”. Creemos en un Dios que es amigo de la Vida, y de los vivientes. Llevamos su soplo de vida, la fuerza de Dios, el aliento de Dios que nos tiene en esta tierra y llena lo profundo de nuestro ser. Esa fuerza del cielo, nos conduce hacia el bien y nos invita a la conversión.

La muerte de Lázaro es una escena dura en la que Jesús se enfrenta al sufrimiento concreto, al dolor de una familia que acaba de perder a alguien muy querido. También Jesús llora y sufre. También él necesita consuelo. Y probablemente lo tuvo. Abrazar a Marta y María, hermanas de Lázaro, compartir su dolor fue para Jesús terapéutico. Porque el dolor compartido, expresado, exteriorizado… es menos dolor, ya no pesa tanto como cuando nos ahoga dentro.
Hay un pequeño reproche -porque Jesús tarda en ir cuando tiene la noticia de que Lázaro está mal- y no llega pronto. Marta le dice: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no estaría muerto”. ¿Por qué tardó Jesús en ir? Probablemente porque tenía más misión aparte de Lázaro. Y no quería dedicarse solo a atender a sus amigos, sino a todos. Él era capaz de amar y acercarse a reconciliar y dar paz donde nadie más iría. Su amor es universal.

Jesús le dijo a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». La fe en Jesucristo nos salva, nos devuelve a la verdad de que esta vida no es la ni la única ni la última. Nos salva la Palabra de Dios, que nos conecta con la voluntad de Dios, con su plan para nosotros. Nos salva la Eucaristía, también dice el evangelio de Juan: “el que come este pan, no morirá para siempre”. Nos salva Jesús y su resurrección, una manera de vivir que es aprender a morir, aprender a sembrarse en esta tierra para dar fruto desde esa entrega y sacrificio. Nos salva -aprender de él- a “no vivir ya para nosotros mismos, sino para él” como dice la Plegaria IV de la misa. Ojalá aprendamos a vivir teniendo esta esperanza de una Vida mayor.

Víctor Chacón, CSsR