Acaban de sonar las doce de la noche en el reloj del ayuntamiento del pueblo. Es tarde y hace frío. Ha nevado mucho y está todo heladito. Pero en medio de este frío del Norte, se me ha venido a la memoria una persona, que hace que no se me hielen las ideas y que quiero presentar a ustedes. Se llama Marisa.
Aunque hace ya mucho tiempo que no nos tomamos un café juntos, no puedo menos de recordar su ímpetu y su empuje. Marisa es una de esas personas que no pasan inadvertidas. No pretendo echarle flores, sino presentar su testimonio de vida, testimonio que a ti y a mí nos saque de nuestra comodidad y nos levante de la poltrona. Este testimonio se remonta a unos años atrás. Ahí va:
Marisa era entrenadora de futbol y me oyó hablar del los niños de Perú y de la labor que hacen nuestros misinoneros en Lima. Después le mostré unas “fotos fuertes”. Y cuando vio a Pipo, un niño peruano con ocho hermanos y tres padres, se conmovió y me regaló un balón de futbol con una dedicatoria que decía: “para tus futuras estrellas”. Y el balón de Marisa fue a parar a Perú. Tuvo un éxito rotundo, casi tanto como “La Roja” cuando ganó el mundial de fútbol.
Marisa es emprendedora y no se asusta ante los problemas. Tira “palante” como puede para ganarse el pan de cada día con el sudor de su frente y para ganar el partido de la vida. Trabaja en hostelería, y domina cuatro idiomas, para entenderse con los turistas. Ahora está aprendiendo ruso. Y es que esto del trabajo está feo hasta para los más inteligentes. Sus ojos son bonitos y su corazón mucho más.
Hace unos meses se fue a Santa Anita, el barrio de Lima donde trabajan los redentoristas. Y es que la solidaridad es universal y no entiende de fronteras. En vez de mandar balones, pensó que era mejor enseñarles a jugar al futbol. Además de balones, llevó consigo un montón de camisetas, medicinas, proyectos y mucha ilusión. Y como es una apasionada del fútbol, enseguida organizó un campeonato con los más de 500 niños de los comedores infantiles. Ella estaba feliz con la “revolución montada”, salvo por un detalle: el torneo lo ganó el equipo de la monja. La monja es alemana y es como un tanque de esos de la segunda guerra mundial; arrasó con todo y lo ganó todo. Yo la conozco y pienso que si no hubiese sido monja, sería sargento, pero con hábito. Si Dios no lo remedia, el próximo campeonato mundial lo ganará la monja alemana con su equipo, que es el que tienen en la foto.
Y a todo esto, ¿dónde está la grandeza de Marisa? Pues muy sencillo: en entregar su tiempo, sus vacaciones y su alegría a aquellos niños de Santa Anita. ¿Sabían ustedes que solidaridad es sinónimo de generosidad? Solidaridad es ponerse en lugar del otro y tenderle la mano. El que da un poquito de su dinero, decimos que es generoso, porque ayuda a alguien a vivir. El que es donante de sangre o donante de órganos, mucho más porque salva una vida. Pero el que entrega gratuitamente su tiempo y sus conocimientos; el que se entrega a sí mismo sin esperar nada a cambio, es el “no va más”. Eso es lo que hizo, hace ya veinte siglos Jesús de Nazaret y eso es lo que ha hecho esta joven, de los ojos bonitos y el corazón grande. El amor más grande es el que se da. Si el amor no se da no es amor; y si no se da gratis, se convierte en egoísmo. Queda claro ¿verdad? Pues ¡ánimo y a seguir ejemplo de la protagonista de nuestra historia!
Nota. Acaba de llamarme por teléfono el presidente del club Atlético Perú para que contratemos a Marisa como entrenadora del equipo. Es un contrato de por vida. ¡Bienvenida, Marisa, al gran club de la solidaridad!
P. Arsenio, CSsR