7 DE ENERO, FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR: “Tú eres mi hijo amado, mi predilecto”

«Sobre él he puesto mi espíritu: No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará».

Isaías nos recuerda que tener la fuerza de Dios (su Espíritu) da una especial delicadeza y sensibilidad. Ayuda a no gritar ni vocear… sino a aprender a susurrar.

A no herir ni quebrar lo débil, y a cuidar lo vacilante. La fortaleza de Dios se manifiesta de otra manera, y no cae en la rudeza humana.

«Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea». Pedro, hace para su propia sorpresa,

esta llamada a la universalidad. Él que es profundamente judío y hombre del campo, reconoce que Dios acepta a todos… a todo el que le teme (cree en Él) y practica la justicia.

Ya que no hay árbol sano que dé frutos malos ni árbol enfermo que dé frutos buenos. Las obras que nacen de la fe la ratifican, la prueban. Y nos hermanan con muchos hombres y mujeres que son artífices de justicia, de bondad, de solidaridad. Sean de la nación que sean.

«Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias.

Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo». Juan Bautista hace un acto de humildad y reverencia, él también adora de rodillas el misterio de Cristo.

Él se reconoce pequeño y anonadado ante tanta grandeza y misericordia… ante el mismo Dios que viene a Bautizar con fuego, con su Espíritu. «No soy digno, no soy digno» se repite Juan para sí. Pero como dice la Liturgia en la Plegaria II «pero Tú nos haces dignos de servirte en tu presencia». Tú Señor, con tu inmensa largueza distribuyes tus dones, reparas el corazón de tus hijos, borras sus faltas y pecados, levantas su frente y besas sus mejillas y a ellos les dices las palabras que Tú mismo oíste en la nube de tu Padre:

«Tú eres mi hijo amado, mi predilecto». Eso nos dices Señor. Pero nos cuesta tanto oírte y más aún creerte. Pero somos tus hijos amados, no hay duda. Tenemos el sello de tu espíritu, hemos sido bautizados en fuego y gracia. Tu crisma marca imborrable del Espíritu sella nuestras cabezas y las unge. Y eso no se olvida. Hay que recuperar esta conciencia de estar y ser seres ungidos, benditos y amados.

Víctor Chacón, CSsR