«Historia para no dormir»

Agonizaba la mañana del último día de mi estancia en Perú. Tomaba, yo, fotos, como si fuera un turista japonés, de todo lo que se me ponía por delante: guardería, biblioteca, comedor… Y ahí no más, me asalta, Giovanna, la responsable del Centro Social, Perpetuo Socorro:

– Si usted tiene un tiempito, y es de su amabilidad… Voy a informarme de un caso social. Es cerca, “aquisito”, no más…

“Bueno, dije para mí, si es “aquisito”, no más, no hay inconveniente”. Pero ahí mismo se me amargó el día.  Verán ustedes lo que pasó.
Detrás de una puerta de hierro, oxidada y sin cristales, al primer toque, asomó una muchacha morenita, chaparrita, tímida y recelosa, que nos invitó a pasar:

– Soy Janet Mariela. Este el cuarto donde vivo con mi hijo de dos años. Lo que ustedes ven es todo lo que tengo. Y ése es mi hijito, dijo, señalando a un enano vivaracho que se escondía detrás de un montón de ropa sucia.

Miseria y suciedad son las dos palabras que resumen la habitación de Janet. Giovanna, la responsable del centro, preguntaba, Janet respondía lo que le convenía y yo apuntaba: “trapos, ropa sucia, una cuerda de lado a lado de la habitación como tendedero y armario, cocinita asquerosa, olla de aluminio con sopa que nadie tragaría si no es por desesperación…” La respuesta de la joven madre siempre era “no”:

– No, luz no tengo…; no, baño no tengo, es compartido…; no, una mesa no tengo…; no, sillas tampoco tengo…; no, plata no tengo, sólo diez centavos…; no, marido no tengo…; no, no tengo a nadie que me apoye, estoy sola…

Y cuando me canso de poner puntos suspensivos me dedico, a jugar con el enano. A Janet no parece importarle. Y continúa la conversación:

  1. La dueña del cuartito, me dijo que acudiera a la parroquia. Tenía yo mucho miedo, pero aquí me han acogido sin pedirme plata; otros me prestaban ayuda, a cambio de plata. Mi hijito ya ha sido admitido en la guardería y le han dado su uniforme de él. Han sido muy buenos conmigo. Me dicen que me van a apoyar…

Giovanna tiene que irse y me deja solo ante el peligro. La mamá habla, sin despegar los ojos del suelo. Yo, con todo descaro me dedico a hacer fotos, las que tienen delante. Ella no se fija en mí. Me habla de su pasado triste y de su negro presente. También de sus proyectos:

– Por el alquiler de la habitación pago 260 soles, unos 75 euros. Hago trabajos eventuales: limpieza, pollería… Ahorita no tengo trabajo pero de repente me llaman para un trabajito.

Tras un prolongado silencio, que yo no me atrevo a romper, levanta su mirada y con decisión me asegura:

– Quiero terminar mis estudios y trabajar para criar a mi hijito. Con el apoyo de la parroquia, sí voy a salir adelante. Haré computación o peluquería. ¡Lucharé por mi hijo!

Y sin más toma a su hijo en brazos, durante toda la entrevista hemos estado en pie, lo besa, se sienta encima de la cama y da rienda suelta a sus lágrimas.

– Todas las noches, cuando nos acostamos, rezo a Diosito por los dos. Le pido a Diosito que me de fuerza y me quite el odio del corazón. Mi hijito algún día me preguntará por su padre y yo le diré la verdad.

Yo me asusto ante lo que intuyo que me va a contar. Me temo cosas muy feas y  muy malas en los 17 años de Janet.

– Yo he sufrido demasiado desde que murió mi papá. Él me quería mucho y me lo mataron. Hace once años lo asesinaron…

No parece haber odio detrás de sus abundantes lágrimas, sólo dolor. Su hijito la mira sin entender por qué llora. Ella se limpia con la manga y sigue:

– Después, mi mamá se juntó con otro hombre, siete años más joven. Pero no era bueno. El me miraba…; me forzó…; me violó muchas veces…; amenazó con matarme…; y me escapé de casa. Tuve que decir la verdad. Él, ahorita, está en la cárcel, por veinte años…

Se masca el dolor en el cuartito sucio. Se acabaron las lágrimas y quedan los recuerdos amargos e inconfesables.

– Yo me moría de vergüenza. No quería vivir. Me sentía sucia. Todos me miraban mal. Algunos me decían que abortara pero yo decidí tener a mi hijo. Otros me aconsejaban que lo regalara. Quince años tenía entonces…

Otro gran silencio y una valiente decisión:

– Criaré a mi hijo. Le enseñaré a perdonar y nunca a odiar, con la ayuda de Dios.

Y todo esto, “aquisito” no más…

P. Arsenio, CSsR