19 Nov «La casa del Padre» (Homenaje al P. Pedro Pérez Núñez)
Era sábado 9 de Noviembre, al final de la mañana, cuando hablé con él por última vez.
- Pedro ¿cómo estás?
- Muy mal. Esto no puede seguir así. Estoy muy mal.
- Pero ¿te funciona bien el corazón? ¿Sirve para amar?
- Eso sí. El corazón marcha muy bien
Más tarde me arrepentí de esta broma, pero la pongo aquí para mostrar su grandeza interior. Esta breve conversación tuvo lugar como a la hora del ángelus y a la hora de nona ya doblaron por él las campanas. Se fue a la casa del Padre, sin hacer ruido, tal como había pasado los últimos meses en la clínica La Milagrosa y en nuestra residencia del Perpetuo Socorro de Madrid.
Se fue a la casa del Padre un luchador. Su causa, como la de Jesús, era la causa de los pobres. Y su campo de batalla el distrito Santa Anita, que está en Lima, donde alimentaba el cuerpo, la mente y el espíritu de niños y mayores, desde hacía 34 años.
Se fue a la casa del Padre un sacerdote y un misionero redentorista. Hizo sus votos en la congregación del Santísimo Redentor en el año 1951 y fue ordenado presbítero en el mes de Febrero del año 1958. Y así, sirvió al pueblo de Dios presidiendo la Eucaristía, perdonando los pecados en nombre de Dios y sembrando la Palabra por aquellas tierras del gran Perú. Se entregó al pueblo de Dios y a la Congregación en cuerpo y alma. Tengo que decir que su labor pastoral, al lado los demás compañeros redentoristas en Santa Anita, fue maravillosa. Se pasaba las horas, leyendo, escribiendo…, y fumando en su habitación. Encima de su mesa, cosa que a mí me parecía muy divertida, tenía siempre el breviario, un libro y un cenicero. Su vida era trabajo y oración, como debe ser en un buen misionero redentorista.
Se fue a la casa del Padre un testigo del evangelio, es decir, un santo. Porque un santo es sencillamente aquel seguidor de Jesús que se esfuerza cada día por vivir los valores del evangelio. Y no me refiero a esos santos que están colocados en los retablos de nuestras iglesias, cubiertos de polvo, encogidos por el frío de mil inviernos y apolillados. Yo me refiero a esos santos de andar por casa, como dice el papa Francisco: “santos de clase media”. Me refiero a esos padres de familia, religiosos, monjas o cristianos de a pie, que han pasado toda su vida recorriendo el camino de la vida, haciendo el bien; un camino lleno de piedras y dificultades, de caídas y recaídas; un camino en el que han sido capaces de descubrir en el peregrino que pasa a su lado el rostro de Jesucristo.
Se fue a la casa del Padre para presentarse al examen final. Pero seguro que no ha tenido ningún problema para aprobar esta asignatura, porque llevaba las manos llenas de amor y el corazón lleno de nombres; los nombres de todas esas personas que a lo largo de su dilatada vida ayudó a vivir. Habrá sacado sobresaliente en la signatura del amor. Por eso me dijo que el corazón le funcionaba muy bien. A San Pedro, el pescador, le falló la fe pero no le falló el corazón. A nuestro Pedro Pérez Núñez ni le falló la fe ni el corazón.
Aquel último día el Gran Juez le preguntará: “Pedro ¿Has amado?” y nuestro Pedro, sin decir nada abrirá su corazón y se lo mostrará lleno de nombres. Esos nombres, a los que tanto ha amado, que serán su aval. Y el Gran juez le dirá: “Ven, bendito mío, entra a disfrutar del gozo eterno, porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba enfermo y me visitaste, estaba solo y compartiste mi pena” Y Pedro preguntará: “Señor y ¿cuándo estabas necesitado y yo te ayudé?”. Nuestro hermano misionero eligió el camino del servicio y del amor y eligió bien.
Pedro Pérez Núñez, que “Dios te ayude y te mire en la cara de Jesucristo”, que Él te reciba en sus brazos amorosos de Padre.
P. Arsenio, CSsR