«La más pobre»

 

Me la presentaron así: “es pobre, pero colabora mucho en la iglesia”. Y así la vi yo también: pobre y resignada a seguir siendo pobre. Sin ánimo, ni expresión. Resignada a vivir y morir pobre. No me cayó ni bien ni mal, simplemente me molestó, porque yo no soy pobre. Y es que los pobres siempre molestan. Su pobreza es un insulto para quienes no lo somos… Y esto sucedía en el departamento Amazonas, que está en Perú. La siguiente vez que la hablé con ella fui directo al grano:

– ¿Cuánto dinero tienes ahora?, pregunté con más atrevimiento que delicadeza.

– Nada, contestó sin mirarme.

– Y ¿cuándo te compraste ropa para ti? Al verla siempre con la misma chompa con un “siete” del tamaño de una farola.

– Nunca me compro ropa, contestó tratando de ocultar el “roto”… La última vez hace dieciséis años. Acepto la ropa que me regalan…

La conversación no da más de sí, porque se le saltan las lágrimas. Se limpia con la manga y me fijo en el gran agujero de su jersey. Le da vergüenza su pobreza, pero le da más vergüenza que sus hijas vayan con la ropa raída. Me arrepiento de haber sido tan brusco, pero ya no hay vuelta atrás. Mechi, diminutivo de Mercedes, es la fiel representación del desamparo: no sentirse nadie, no aspirar a nada, no tener nada. Ni un familiar que te arrope, ni un amigo que te escuche. Nada, ni siquiera la propia dignidad. Tan sólo el empeño de que sus hijas vean un futuro mejor.

– Paola es la pequeña y siempre está alegre. Se contenta con cualquier cosa y estudia mucho, pero Máryory…

Y de nuevo se echa a llorar, con lágrimas de desconsuelo. Me da rabia que llore cada vez que nos vemos, pero guardo silencio. Y me cuenta de esta hija, con nombre raro, que tenía 7 años cuando fue violada por el padrastro de su padre y que su papá de ella ha estado en repetidas ocasiones preso.… Yo me pierdo… y además no quiero escuchar…

– Recién me he enterado de lo que le hizo a mi hija… Mi hija no quiere denunciarlo porque dice que iba a pasar mucha vergüenza. El que la violó huyó la selva ¿Qué debo hacer, padrecito?…

Ella, llora que te llora, y yo duro como una peña. Y así, entre suspiros y lloros, me entero que hay un hijo que se escapó de casa hace años. Y también otra hija descarriada, que huyo con un muchacho cuando sólo tenía 15 años. Y que la buscó y la encontró viviendo perdidamente. Aunque a diferencia del pródigo del evangelio, ésta no quiso volver. Y que ahora ya no está con el joven, sino con un hombre mayor que la obliga a recibir a otros hombres…

– ¿Cómo puedo recuperar a mi hija padrecito? ¿Será un castigo de Dios por mi mala vida?

¡Dios mío! ¡Qué culebrón! Yo no me atrevo a hablar para no alargar más este martirio. Sólo escucho, lo cual me viene muy bien porque me duele la garganta y el pecho del “tremendo gripazo” que me acompaña semana tras semana. Entretanto, la Mercedes, se seca las lágrima y los mocos con la manga de su chompa rota, la misma de todos los días. Ahora sí que me creo que hace años que no estrena ropa. Me invita a conocer su casa, que se reduce a un cuartito de adobe con una cama, una cocina, amén de otras cosas viejas. Yo me niego en redondo y digo que para otro día. La verdad es que no puedo con el resfriado y con la carga de dolor que me ha echado encima.

Pero no termina aquí la historia, pues la tal Mechi me hace de guía al día siguiente, en la visita a los enfermos. Yo le vuelvo a tirar de la lengua y me entero que ella, de joven hizo lo mismo que esta última hija. Que tenía 15 años cuando se juntó con un hombre; que al mes siguiente comenzaron las palizas; que se fue, cubierta de sangre a la policía, para nada; que el hombre la encerró en una habitación durante dos semanas y casi se muere de hambre… Y que entre palizas y borracheras nacieron sus cuatro hijos:

– Nunca me respetó. Todas las noches me maltrataba y abusaba de mí. Ójala esté muerto… Muchas veces he pensado quitarme la vida, pero eso no lo quiere Dios… Lavo la ropa de otros… Vivo de prestado: debo en el colegio, en la bodega… Me duele la pobreza, pero por mis hijas… Pero estamos las tres unidas y me dan ánimos… Me ha sostenido la fe en mi Dios. Antes estaba retirada de la Iglesia, pero ahora colaboro mucho y visito los enfermitos…

Yo sé que colabora mucho en la iglesia, pero también sé por qué se coloca en los últimos bancos cuando va a misa.

– Es que yo no puedo dar mi colaboración. En la colecta todos aportan y yo no. Tengo vergüenza, padrecito, de ser pobre…

– ¿De ser pobre? También Jesús era pobre, que vivía de prestado.

– De que mis hijas sean pobres. Vergüenza de mi vida pasada. ¿Usted cree que Diosito me perdonará?

– Yo sé que el amor es olvidadizo. Y estudié que el oficio de Dios es amar y perdonar. Y que Jesús prefería estar con los pobres.

– Entonces, de repente, ser pobre es una gran suerte…

– No sé, no sé…

P. Arsenio. CSSR