«Katia»

 

Katia es una de las acólitas que todas las noches acuden a ayudar a misa; acolitar, dicen ellas y todas se visten de blanco Y son las únicas puntuales, el resto de los fieles llega cuando San Pedro baja el dedo, es decir, que llegan “ a los postres” o no llegan. Katia es especial, muy especial. Es baja de estatura y de edad. Casi no habla, pero tiene una media sonrisa permanentemente dibujada en su cara, una cara a veces triste, a veces alegre, pero siempre tímida y dulce. Sus ojos achinados me estudian con curiosidad…

Hoy, ya han pasado muchos días desde que nos conocimos, ha decidido acompañarme a visitar los grupos que se reúnen cada noche en los hogares. Me dice que su mamá ya le ha dado permiso. Camina, detrás de mí y al lado de Fernando, que es grande y bonachón. Bueno, si no se molesta nadie diría que es así como “el tonto del pueblo”, pero sin ser muy tonto. Un poco inocentón, más bien. A mí no se acerca, pero a él, sí le alarga su mano diminuta, lo cual me alegra. Yo les regalo un chupachús a cada uno, pero Katia lo guarda “para más tarde”. ¿Cómo hará para compartirlo con su multitud de hermanos?

Y así, con gran rapidez se echa la noche encima. He visitado varios grupos y aligero el paso, pero Katia se queda rezagada. Cuando me vuelvo para pedirle que acelere, veo que cojea y que sólo lleva una zapatilla. De la otra sólo queda el nombre y la parte del talón. Ella se da cuenta de mi torpe descubrimiento y agacha su cabeza. Yo también siento vergüenza de dejarla en ridículo, pero me acerco a ella y me coge de la mano. Y aquí es donde aprovecho para largarle unas cuantas preguntas, como quien no quiere la cosa:

– ¿Cuántos hermanos tienes? Y ¿zapatos? Y ¿estas son las únicas zapatillas? Y ¿cómo te las arreglas para hacer deporte en el colegio? ¿Serías capaz de guardarme un secreto? ¿Tu mamá se enfadaría si mañana compramos unas zapatillas?…

De repente se le ilumina la cara, se anima, aprieta mi mano y contesta a todas las preguntas de una tacada, como en el juego de billar:

– Tengo siete hermanos y unos zapatos para la misa y para ir a estudiar; por la calle voy descalza pero no me hacen daño las piedras; a mi mamá no le importará si me compres “unos tenis”; cuando me toque acolitar ya no vendré descalza; y podré jugar y correr… A mamá no le importará…

Al día siguiente, antes de la hora fijada, ya estaba esperándome, sentada, a la puerta de la iglesia. Tenía una expresión feliz. Recorrimos todos los pequeños comercios, donde se vende de todo, lo mismo cuchillas de afeitar que aspirinas, pero donde nunca tienen lo que buscas. En una bodega había plátanos, pero no zapatillas. En la otra yuca, pero no zapatillas. En otro establecimiento, papayas pero no zapatillas. Sólo encontramos unas, grandes y feas, que desechamos sin pensarlo. Katia volvió a su cara triste de siempre, pues veía perdidas sus zapatillas y la posibilidad de correr como los otros niños. Pero no se resignaba fácilmente:

– Y si miramos otra vez en la bodega de la plaza, de repente ya tienen.

– Pero vamos a ver bonita, si allí ya miramos y sólo tienen el número treinta y cinco mientras que tú no calzas ni el treinta. Y además eran feas como un trueno…

– Ya, padre, pero es que mi pie crece más rápido que yo y de repente, dentro de una semana ya me quedan bien…

Katia se fue cabizbaja sin sus deseadas zapatillas. Se marchó sin darme la mano y sin mirarme. Yo también me quedé desinflado, pero no podía inventarme unas zapatillas. Sin embargo sé que el día 6 de Enero, los Reyes Magos dejaron a su ventana unas zapatillas blancas e irrompibles, por lo menos durante un año ¡Qué listos y detallistas son los Reyes Magos. A mí también se me rompieron las botas, allá por los Andes. Y también a mí me dejaron unas botas nuevas. ¿Cómo se enterarían de que a mí también se me salía el dedo gordo por el agujero de la bota?

Sin embargo en la carta que yo escribí a estos “Reyes Mágicos” no pedía unas botas. Pedía, a Melchor, que cambiase su ofrenda de oro por una buena dosis de paz; ¡hay tanta violencia en los corazones…! A Gaspar, que se dejase de tanto incienso y nos obsequiase con una buena dosis de perdón, para superar esa espiral de odio que nos devora. Y al morenito Baltasar un corazón compresivo y tolerante, que acoja sin reproche a todos aquellos que se ven obligados a salir de su tierra…

P. Arsenio, CSsR

Me llegó hace un mes, más menos, un correo de una enfermera que hizo su primera comunión, estando allí y dice así: «padre arsenio de parte de CATHIA querido padre te mando esta carta con mucho amor, y quiero decirlo que lo extraño tanta y quisiera que vengas otra vez. le deseo muchas felicidades en su trabajo de sacerdote que es una carrera muy bonita para acercarnos más a dios padre quisiera terminar dandole las gracias por mis zapatillas le deseo muchas felicidades. Hasta luego que le vaye muy bien cathia».