05 Mar Cristo también se enfada. Hay un enfado muy cristiano. Dom. III de Cuaresma
El Evangelio de San Juan presenta la escena del Templo de Jerusalén en el inicio del ministerio público de Jesús. “Jesús encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”.
El motivo más probable de la muerte de Jesús (nunca declarado oficialmente) fue esta actuación conflictiva en el Templo, lugar sacratísimo y de importancia clave en su religión y cultura judía. Jesús cuestiona y tambalea su “sistema de perdón” hecho a base de sacrificios animales (bueyes, ovejas, palomas, corderos, etc). Un perdón que se vendía y se compraba al mejor postor. Con lo cual un perdón que era más accesible si disponías de más recursos económicos. Los pobres eran doblemente pobres, ¡ni pecar pueden! Ya que no podían pagar el sacrificio de ningún animal para “agradar” a Dios. Era un ritual profundamente injusto, asimétrico y arbitrario. Daba la impresión de que se compraba el perdón divino con una buena ofrenda. Y esto es falso. Jesús no entra en ese juego mercantilista, superficial y vomitivo. Nadie compra su santidad pagando, nadie puede comprar su salvación a través de sacrificios.
A veces también nosotros tenemos la tentación de “comerciar con Dios”, caemos en ocasiones en “exigirle” a Dios cosas ya que somos buenos y rezamos mucho. Esta actitud no responde a la verdadera dinámica cristiana de gratuidad y desinterés. Muchas veces nos quejamos de que no nos sentimos reconocidos o valorados por otros, que “damos mucho” y “recibimos poco”. Pero es que seguir a Cristo implica esto, no vivir en una clave comercial y contable sino “dar gratis, lo que gratis recibimos de Él”. Ser cristiano compromete, exige, implica, supone esfuerzo. Y eso, en esta sociedad y cultura egoísta, de intereses personales se cifra en que: damos muchas veces en un nivel 8 (del 1 al 10) y recibimos si acaso a nivel 2 ó 3. Hay un claro desequilibrio, un desnivel, al que empuja la fe y su dinámica del amor a Dios y al prójimo. Como señala el evangelio en otro lugar, si hacéis solo el bien a aquellos que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? Si amáis sólo a quienes os aman, ¿qué hacéis de especial? Eso también lo hacen los pecadores.
Cuando a Jesús le preguntaron porqué hizo ese gesto en el templo, respondió: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Hablaba de su cuerpo. De lo que ocurriría en la pasión, cuando su cuerpo (lugar realmente sagrado) fue destruido. Y a los tres días fue levantado (detrás está el verbo griego Anástasis, resurrección). Ojalá también nuestra fe nos “levante” de pensar solo en nuestro provecho o comodidad a vivir en clave de alabanza, de agradecimiento, de disfrutar con aquello que tenemos y somos. Y que a veces, en medio de muchas limitaciones y dificultades, el buen Dios pone en nuestras vidas.
Víctor Chacón, CSsR