JUEVES SANTO: “los amó hasta el extremo”.

 

La escena de jueves Santo es muy conocida y representada a lo largo y ancho de la historia. La última cena de Jesús y sus discípulos. Una fiesta reúne a las familias judías en torno a la mesa. Fiesta, vino y cordero. Toca recordar la Pascua, la liberación de la esclavitud, “el Paso del Señor”. Es momento de gozo y alegría para los discípulos, además, ya están en Jerusalén con el Maestro. Pero para Jesús la procesión “va por dentro” como se suele decir. Hay gozo y alegría, ha sido recibido con vítores y alabanzas. Pero sabe que se enfrenta a un modo de concebir la religión, a las autoridades judías, al poder establecido. Su Reino no es de este mundo, pero eso a muchos no les importa. Se sienten amenazados por el éxito de Jesús, por su predicación y por sus milagros. Queda poco tiempo.

Por eso Jesús aprovecha la Cena con sus discípulos en ese contexto de gozo y fiesta para dar su última lección. Que es doble. Primero aprovecha los preparativos de la cena y desarrolla el ritual del lavatorio de pies. Un rito de purificación que normalmente hacen los siervos a sus señores. Nunca el anfitrión, nunca el líder. Pero Jesús es un líder diferente, él se arrodilla y sirve. Se quita el manto, toma una toalla y comienza a lavarles los pies ante la expresión atónita de ellos. Él lo hace como si fuera algo muy normal, sin darle importancia. Pero en absoluto es normal. Pedro se mueve entre la sorpresa y el rechazo:  «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?». «No me lavarás los pies jamás». No admitía un gesto tan humilde para “su Señor”, eso no era propio de alguien tan importante. Pero Jesús así lo quería, había todo un proyecto detrás de este gesto. «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».

Servicio y humildad. Jesús pide a sus discípulos no relacionarse desde cargos ni jerarquías, no ambicionar puestos ni buscar privilegios, sino desarrollar una vocación que sea ante todo ENTREGA Y SERVICIO, y Amor al prójimo, ésta es su última lección y la más importante. “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado: amaos así unos a otros. En eso conocerán todos que sois mis discípulos, en que os amáis unos a otros”. El amor como mandato, como norma de vida y como seña de identidad de los discípulos de Jesús. Amor que empeña la vida, que apuesta, que lucha y que sirve, con pasión y sin violencia. Con la fuerza del testimonio, de la fe, de la vida y de las lágrimas. No es un amor interesado ni romanticón, es el amor que mueve el mundo, que cambia a las personas y que está dispuesto a sacrificarse. ¡Es Eucaristía!  Es unir la vida a la de Cristo, para hacerse como Él, pan roto y repartido, uvas pisadas y bebidas… nuestro Dios pide esto de nosotros, dejarnos amasar por la vida y por los hermanos. Aprender a fluir con la historia, con las oportunidades que cada día llegan a nosotros. Que no nos empeñemos en hacer nuestro proyecto, sino que nos abramos con amor al suyo hasta dar la vida, hasta que “amemos hasta el extremo” como Cristo. Sin medida, sin cálculo, sin aferrarnos a nada… con la locura que da el saberse amado así, a fondo perdido, por el Dios Bueno y sostenidos por el Espíritu de su Amor.

Víctor Chacón, CssR