No se trata de dar, sino de “darse”. (Dom. XXXII)

 

Elías hace un acto profético tremendo y arriesgado. Le pide pan y cuidados a una mujer pobre, viuda y que estaba ya en las últimas… Iba a amasar el último pan para ella misma y su hijo, comerlo y disponerse a morir después. Pero el profeta llega y le dice: «No temas. Entra y haz como has dicho, pero antes prepárame con la harina una pequeña torta y tráemela. Para ti y tu hijo la harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: “La orza de harina no se vaciará la alcuza de aceite no se agotará». Elías le pide un gran acto de fe, a una mujer que se siente extenuada y contra las cuerdas… le viene a decir: “No temas, confía en el Señor que Él no te abandonará. Atiéndeme primero a mí y Dios actuará en tu favor”. Parece un absurdo y algo ilógico, pedir a alguien pobre. Pero Dios sabe lo que hace. El pobre, que pasa necesidad, sabe ser compasivo… sabe lo que es estar necesitado. El planteamiento arriesgado de Elías tiene sentido. En muchas culturas existe un refrán similar a éste: “Si tienes que pedir un favor, pídeselo a alguien que esté muy ocupado, porque sacará tiempo y te ayudará; pero nunca pidas un favor a alguien desocupado, porque no encontrará tiempo”. Sabe dar quien está acostumbrado a dar, sabe dar, con frecuencia quien anda en escasez. Los sacerdotes vemos mucho como aparecen “nuevas viudas y viudos generosos” que dan lo que ni tienen para ellos mismos.

La advertencia de Jesús en el Evangelio de Marcos acompaña al otro pasaje de la viuda, él dice a sus discípulos: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplios ropajes y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa». Jesús señala estos riesgos en los maestros de la Ley, creyentes de aquel tiempo: ostentación (grandes ropajes), vanidad (gusto por las reverencias, los primeros puestos y por ser vistos), avaricia (devoran los bienes de las viudas) y apariencia de oración/ falsa oración (“aparentan hacer largas oraciones” para justificarse). Jesús denuncia en ellos una falsa religión. “Religio” en latín está vinculado a “religare” significa religar o unir. La suya es una religión que no une, no vincula, ni con Dios ni con los hermanos. Sólo miran por sí mismos, por su aspecto, por su admiración… En estos tiempos de redes sociales, likes y followers, los creyentes hemos de revisar a fondo nuestra fe y ver si pasa la “ITV de la viuda”, ese control de autenticidad, de sinceridad. De dar aunque nadie mire ni aplauda, de dar, incluso aquello que me gustaría emplear en mí mismo o en algún capricho. De no solo dar cosas, sino aprender a “darme” como Cristo y como las dos viudas de las lecturas.

Hebreos lo dice así: Cristo se ofrece a sí mismo (no afrece cosas ni animales) y lo hace una sola vez (no hace muchas ofrendas como los otros sacerdotes) para quitar los pecados de todos. Él perdona dándose a sí mismo. Lava nuestras manchas a fuerza de entregar su propia vida. A veces los creyentes pretendemos vivir la fe sin que nada cambie, sin que nada nos afecte ni se altere en nuestra vida, sin mancharnos las manos ni arriesgar un poco el corazón y así uno nunca puede “darse” ni seguir a aquellas benditas mujeres llenas de fe, ni a Cristo. Tenemos el reto de creer esto, en la lógica del evangelio: perder es ganar. Entregarse es recuperar lo que Dios quiere que tengas y vivas. ¿A qué y a quién estás dando tu vida?