“Revestíos de compasión”, domingo de la Sagrada Familia

 

San Pablo en Colosenses da muchas y oportunas claves de convivencia en la comunidad. Y una familia no deja de ser una comunidad. Así llamó el concilio Vaticano II al matrimonio “comunidad de vida y amor”. Por eso el apóstol alienta:  “Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro”. Revestíos de compasión. Literalmente compasión significa “padecer con” o “sufrir con el otro”. Que lo que a él le duele, a mí me duela. Y que lo que a él le alegre, a mí también lo haga. Necesitamos mucho más esta cualidad noble en nuestra vida. Nos falta com-pasión. Nos falta empatía, mirar y caminar desde el lugar del otro. Esto supone crear relaciones movidas por la confianza mutua, ya que la confianza es el único contexto donde los corazones se abren y las emociones se comparten. Y muchas veces se nos cuelan en la familia actitudes malsanas de competitividad, pugna, exigencia o -lo que es peor- juicio, que no nos hacen ningún bien. Más bien al contrario, cierran el corazón del hermano, me retiran su confianza, eliminan toda posibilidad de compartir lo valioso que hay dentro de él o ella. Como la ostra que ante el peligro, cuando se siente amenazada, se cierra y esconde la perla.

También nos falta eso que Pablo llama “sobrellevaos mutuamente”, que viene a ser también aquella obra de misericordia: “sufrir con paciencia los defectos del prójimo”. Y esto es mutuo. ¡él también tiene que padecer los míos! Porque en la familia cristiana todo ha de ser recíproco. Nadie está exento de comprensión, de perdón o de compromiso de amar. Hay una cara del amor que no sale en las películas navideñas ni en las películas románticas que es la del sacrificio, la de “cargar por amor” al otro en sus malos momentos, en sus desánimos, en su debilidad. Y que aunque en lenguaje nos suene tan negativa (cargar), hace posible que la familia siga caminando y que no se cree un trauma mayor, sino que aprendamos a integrar las dificultades, las heridas y padecimientos de cada cual. Y por último, el perdón, ¡qué sería de nosotros sin él! Todos lo necesitamos y ojalá nos ejercitemos en un perdón rápido y generoso, que no guarda memoria ni rencor. Estamos llamados a perdonar como Cristo nos perdonó a nosotros. Lo rezamos en el padrenuestro inconscientemente.

Un tema que hoy chirría a muchos es la parte final de la carta: “mujeres, sed sumisas a vuestros maridos”. Pero también Pablo señala: “maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas”. Esto último no deja de ser una cierta sumisión de los maridos a las mujeres. Pablo les dice, amadlas y no las tratéis de cualquier modo, sino con cariño. Las palabras de la carta no dejan de estar escritas en una determinada época y cultura. Aún con ello, reflejan una actitud que hoy sí suscribimos: el mutuo respeto y amor entre esposos, padres e hijos.

El incidente que narra Lucas en la peregrinación a Jerusalén de la Sagrada Familia por la pascua no dejan de intuirse muchos detalles: devoción y tradición de pueblo judío, sentido amplio de familia (Jesús va con otros parientes y María y José estaban despreocupados al principio), preocupación posterior como buenos padres y sentido profundo de fe profunda (guarda aquello en su corazón). “Ellos no comprendieron” lo que Jesús les dijo. Pero aún así, Jesús ama a sus padres y vive sometido a ellos. Y María y José no pierden los nervios y cuidan de Jesús poniendo alma, vida y corazón.

Víctor Chacón, CssR