18 May Creer desde lo esencial. Domingo VI de Pascua.
Después de la controversia por las exigencias que predicaban algunos judíos, llega la resolución apostólica: “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de uniones ilegítimas. Haréis bien en apartaros de todo esto”. Una resolución tan llena de caridad como de sensatez. Frente a aquellos que se habían convertido a la fe desde su judaísmo materno (y que todavía seguían en su universo de normas y cumplimiento), aparece la nueva ley cristiana del amor, como práctica esencial y vinculante. No se es más creyente por tener más prácticas o cumplir más tradiciones. Además, los apóstoles saben que están en un contexto de evangelización, de conversión desde el paganismo, por eso no insisten en muchas prácticas o leyes, sino solo en lo esencial. Por eso señalan algunas costumbres de las que alejarse, para evitar escándalo e impureza. Pero la llamada de fondo es a vivir una religión que va mucho más allá de normas prescritas. La llamada es a cuidar lo esencial. San Agustín decía: “En lo esencial unidad; en lo dudoso, libertad; y en todo caridad”. Pues eso, en todo y ante todo: caridad.
Me sorprende el planteamiento del texto en dos expresiones: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros”. El Espíritu va por delante, señal de que se buscaba escuchar y obedecer a Dios. La decisión había sido tomada en oración, discernida, sopesada, contrastada con la Palabra de Dios y el parecer de los sabios. No había prisa, sino búsqueda de dar solución a un conflicto en la comunidad, dar una respuesta lúcida a los hermanos que se sentían forzados y condenados. La otra expresión es aún más sutil: “Haréis bien en apartaros de todo esto”. Me llama la atención por la manera de animar a alejarse de algo, por la “mano izquierda” que revela. No manda, no exhorta, no ordena… recomienda, sugiere, anima, alienta… es otro universo. Está intentando ayudar a dar pasos en la fe a paganos recién conversos. A veces olvidamos en la Iglesia caminar con este “tacto” fraterno en nuestras relaciones, caemos en la brusquedad, los malos modos, las exigencias, las prisas, el tono resentido.
El pasaje evangélico de este domingo se enmarca en los discursos de despedida del Evangelio de Juan, en el contexto de la última cena. Pero para entender bien el inicio, hemos de saber que es la respuesta a una pregunta que Judas Tadeo hace al maestro (y que está en el versículo anterior): “Señor, ¿cómo es que tienes que manifestarte a nosotros y no al mundo?”. Los discípulos esperaban de Jesús una manifestación gloriosa y mesiánica que hiciera temblar los cimientos de la tierra. Sin embargo, Jesús es más discreto y humilde. Se manifiesta a los suyos, en la intimidad, y de un modo espiritual: en el presente de la fe y ofreciéndoles una comunión perfecta. “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. La fuerza de esta expresión es total, ser morada de Dios, ser templo, albergar en nosotros la divinidad, ¡no estar nunca más solos, ni vacíos, ni tristes, sino llenos de su Presencia que todo lo inunda, todo lo llena, todo lo desborda, todo lo ilumina! Pero para eso hemos de caminar guardando su Palabra y siendo fieles a lo esencial, al Espíritu, no imponiendo más cargas de las indispensables.
Víctor Chacón, CSsR