23 Mar ¡Dios nos quiere vivos! Domingo V de Cuaresma
“Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos, pueblo mío” (Ez). La palabra de Dios resuena con fuerza en este V domingo de Cuaresma. Ya nos empieza a hablar de muerte y de vida, ya anticipa lo que viene. “Muerte y vida lucharon en singular batalla, y muerto el que es la Vida triunfante se levanta” dirá un himno de Pascua. La promesa de Ezequiel es rotunda y poderosa: abriré vuestros sepulcros, vuestros lugares de muerte, de oscuridad, de podredumbre… ¿De qué sepulcros me quiere Dios sacar? ¿Cuáles son mis lugares de muerte? ¿Qué tumbas quiere romper y liberar?
Este proceso de sanación y resurrección solo ocurre cuando hay apertura a su Espíritu y superación de la carne (el “yo” egoísta que todos llevamos dentro). Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis (Ezequiel 37) Dios vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros (Romanos 8). ¿Cómo puedo yo abrirme a la acción de su Espíritu? ¿Cómo acoger ese don y liberar su fuerza infinita? Con una atención cuidada, con un oído despierto a las cosas de Dios, poniéndome cada día en sus manos y reconociendo mis pobrezas y limitaciones… no apoyándome sólo en mí, en mi criterio, en mis fuerzas… huyendo de la rigidez y la autocomplacencia que son enemigas de la humildad y la caridad. Sabiendo que soy llevado por Dios, si realmente me pongo en sus manos y me dejo llevar. Toca confiar y activar pasividades, vivir en búsqueda. Ser creyente es vivir en búsqueda, en continua pregunta al Espíritu: ¿y Tú qué quieres de mí con esto? Ser creyente no es vivir instalado en la certeza pretenciosa y soberbia (nos lo habían contado mal). Solo el humilde camina cerca del Espíritu y puede oír sus susurros. El fanfarrón está demasiado ocupado oyéndose a sí mismo y rodeado de otros ruidos.
El pasaje de Lázaro es sensacional. Me quedo con tres afirmaciones de este Evangelio:
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Jesús se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?». Jesús se conmovió en su Espíritu. Su Espíritu es siempre espíritu de compasión, de solidaridad, de misericordia. No puede ver sufrir a otros y no sufrir con ellos. ¿Vivo yo en esta actitud solidaria y compasiva? ¿Me preocupan los dolores y sufrimientos de aquellos que me rodean o pongo escudos y distancias? Felices los que lloran porque serán consolados.
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«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?». Es la fe en Jesús la que recibe la promesa de eternidad. Creemos, luego viviremos con Él. La muerte es un paso del camino, pero no su final. Del otro lado nos espera Jesús, su sonrisa, su abrazo, su eterna dicha.
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«¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?». Jesús insiste en el poder de la fe, frente a nuestras dudas y temores. Le cuesta convencer a Marta de que la resurrección va a llegar pronto y ella lo va a ver y sentir. Ella se aferra a la lógica humana: lleva ya cuatro días enterrado y huele mal… Pero Jesús insiste en la lógica de Dios: creyó en mí y vivirá. Heredará la promesa de Vida.
Víctor Chacón, CSsR