26 Oct Creer sube la autoestima, pero bien. Domingo XXX del T.O.
“No maltratarás ni oprimirás al emigrante, pues emigrantes fuisteis vosotros en la tierra de Egipto.
No explotarás a viudas ni a huérfanos. (…) Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo”.
Dios es compasivo. Él tiene una actitud de ternura y cercanía, de volcarse en beneficio de débiles y oprimidos. Tiene un oído muy fino para escuchar sus gritos y dolores. Su justicia no es imparcial (esa es la diosa justicia de los griegos con los ojos vendados). Pues Dios que es todopoderoso hasta con los ojos vendados ve y sabe lo que hay en el corazón. Su justicia es parcial, interesada y compensatoria… ayudará al herido, maltratado y aquel que sufre realmente la injusticia. Él es así.
El salmo 17 nos anima a decir esto: “Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador”. Nos anima a invocar a Dios como pilar, roca y fortaleza de nuestra vida. Sin duda Dios es el pilar más sólido y fiable que se puede poner de la existencia humana. Más duro incluso que el granito puesto en las columnas de la Sagrada Familia de Barcelona. El problema es que a veces nos contentamos con menos y ponemos andamios de madera vieja a sostener la estructura pesada de nuestra vida, y claro, eso muy seguro no es. Quizás es hora de preguntarse, ¿siento que mi vida está realmente fundamentada en Dios, en mi relación con Él? ¿Mi fe cristiana es realmente el pilar que sostiene, guía y orienta mi vida? ¿Y a qué espero para poner un Pilar auténtico?
Un doctor de la ley pregunta a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». Era una pregunta típica en aquel tiempo. Con ella se buscaba destilar lo esencial de la fe… de entre los 613 preceptos de la Torah. ¿Qué es lo esencial e irrenunciable, lo que nos hace de verdad ser creyentes? Amar. Jesús dice que lo esencial es amar. En tres direcciones: a Dios, al prójimo y a uno mismo. Las tres igual de fundamentales.
¿Pero qué es amar? Conviene no suponer ni dar por supuesto nada… así que acudimos al diccionario de la RAE y nos dice: que amar es “tener amor a alguien o algo”. Y amor es: “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”. Insuficiencia y necesidad son la base del amor… saber que soy un ser incompleto en mí mismo (y llamado a la comunión con otros y con Otro). Soy un ser necesitado, precario… Nadie hay autosuficiente. Todos tenemos la necesidad psicológica y humana de ser amados por otro, de ser aceptados y tenidos en cuenta. Y esta necesidad es más importante que tener un sueldo grande o vivir en una casa muy bonita, ¡ojo!
Amar a Dios. Esto es difícil. A Dios nadie le ha visto (Jn 1, 14). Y como se ama a alguien a quien no se ve, pues con el oído, con la escucha… silencio y atención a su Palabra. Esto alimenta el amor. Y con el tiempo aprendemos a detectar personas y lugares que nos hablan de Dios, que alimentan el alma.
Amar al prójimo. “Quien no ama a su prójimo a quien ve, no puede decir que ama a Dios a quien no ve” dice 1 carta de San Juan. El prójimo concreta nuestro amor a Dios, lo define y evita que se quede en “pajaritos y flores” como dice una buena amiga y feligresa. Amor que es comprensivo y compasivo, que sale del egoísmo de las propias búsquedas al encuentro de la necesidad de mi hermano/a. No soy yo el centro de mi vida, ser cristianos es -bien entendido- vivir descentrados, vivir extrovertidos, seguimos a un maestro que ha hecho de su vida ofrenda y donación total por Amor. ¿Y tú cómo te entregas al prójimo y a qué prójimos te entregas?
“Como a ti mismo”. Qué olvidadito tenemos el amor propio a veces en la Iglesia católica. Qué pena. Se nos ha olvidado el enorme valor que tenemos a los ojos de Dios. Sí, se nos olvida mirarnos con sus ojos. Y dice San Ireneo “La gloria de Dios es que el hombre viva”. Nuestra vida da gloria a Dios, nuestra existencia creadora e inquieta, siempre buscando, siempre haciendo siempre intentando cosas: limpiando, creando, secando lágrimas, abrazando, curando, pintando o escribiendo… llevas el Espíritu de Dios dentro, no te olvides de quererte un poquito o un mucho. Porque amarte a ti mismo no es pecado ni soberbia ni vanidad, es amar a Dios, amar su creación, el sello suyo que puso en ti, su criatura preferida. ¿Y si te empiezas a mirar con amor? Quizás sea más fácil creer y dar gracias.
Te regalo este texto antiguo: “Date cuenta de lo mucho que el Creador te honra: más que todas las cosas creadas. El cielo no es imagen de Dios, ni la luna, ni el sol, ni los astros tan bellos ni nada de cuanto hay en la creación. Solo tú eres imagen de la naturaleza que sobrepasa toda inteligencia. Solo tú eres incorruptible, el sello de la divinidad verdadera, el lugar de la bienaventuranza, la huella de la luz verdadera. Si la miras, te harás como ella. Nada hay en el mundo que pueda compararse con tu grandeza”. (San Gregorio de Nisa, Homilía sobre el Cantar de los cantares 2, 12). Siglo IV.