04 Abr Domingo II de Pascua: “Un solo corazón y una sola alma…¡resucitada y en fraternidad!”
“El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común”. Hechos de los Apóstoles presenta el ideal cristiano como un ideal de amor fraterno que une y sostiene a todos los hermanos en sus necesidades. La fe caló tan fuerte en sus vidas que llegaron a vivir en una profunda comunión de bienes, donde “no había necesitados”, nadie pasaba hambre o estaba desnudo… Se vivía la caridad y la compasión, siguiendo a Cristo. No estamos hablando de política (aunque también), sino de estilo de vida, de compromiso con el Evangelio, de actitudes concretas y cotidianas. Estamos llamados a seguir viviendo en una profunda y sincera comunión de bienes y a que a nuestro lado no haya necesitados ni hambrientos, a quitar sufrimiento del mundo…pero no a fomentar la mendicidad ni a sostener a vividores/as. Por eso es importante ayudar con criterio. Caridad inteligente. Compasión sí, pero con discernimiento. No “dar dinero sin más” sino ayudar y colaborar a proyectos e instituciones que merecen crédito, que son transparentes y fiables, que dan cuenta de su gestión. Y gracias a Dios tenemos muchas en la Iglesia que trabajan así.
Dice la carta de san Juan: “Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama al que da el ser ama también al que ha nacido de él”. Amar a Dios es amar al que ha nacido de él… y esto por partida doble: Jesucristo ha salido de Dios y todos los humanos, criaturas de Dios, también hemos salido de Dios. Con lo cual, no se puede amar a Dios sin amar a la humanidad, ni amar a la humanidad sin amar a Dios, su creador. Estos amores están profundamente unidos. Y toda mística o espiritualidad que no esté equilibrada con un profundo y sensato sentido de fraternidad y justicia social me parece abominable, una farsa, una pantomima para anestesiar conciencias pero alejando de un amor concreto y real, integrado y humano. “Quien ame a Dios, ame también a su hermano”, a esto nos invita también san Juan en su carta.
Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados”. El resucitado, con las llagas en sus manos, prueba de la pasión que no se borra… trae paz y gozo. Y pide ser ministros de la reconciliación. Es el envío que nos hace, con la fuerza del Espíritu. Jesucristo redime la historia, nuestra historia, pero no la borra. Por eso las llagas siguen ahí. Pero transfiguradas, gloriosas, cicatrices llenas de luz, ¡es el poder sanador del Espíritu! Cuando abrimos el corazón, él entra como un bálsamo bendito y lo sana. Dios hace kintsugi con nosotros… Es el poder de la resurrección. Ser sanados para sanar. Ser bendecidos para bendecir. ser perdonados para perdonar. Ser redimidos para redimir… con su poder, podemos. Solos, no sería posible. ¡Feliz Pascua!
Víctor Chacón, CSsR