Domingo V de Pascua. “Permanecer: Amar de verdad y en conciencia…”

 

La primera carta de San Juan nos sorprende y amonesta con contundencia: “Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras”. Amar de verdad y con obras… no en teoría, no haciendo bonitos discursos, sino con el ejemplo, con el compromiso, con el sacrificio sencillo de la propia vida en las decisiones cotidianas. Hay una necesidad imperiosa de concretar la fe para que ni se diluya ni se evapore al estilo de las frases motivadoras y románticas que están tan de moda en tazas y agendas… Como dice Santiago en su carta: “Muéstrame tu fe sin obras y yo, por las obras te mostraré mi fe”. Nos toca pasar revisión de Pascua: ¿Cuáles son las obras de mi fe? ¿Se distingue por mis obras que soy creyente, que sigo a Jesús? ¿O en todo soy igualito a la gente que me rodea?

Segunda reflexión interesante de la carta de San Juan: “en esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo”. La conciencia es importante, MUY importante. Dice Gaudium et spes 16: “En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal […]. El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón […]. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (GS 16).

¡Sagrario! Delante del sagrario nos arrodillamos y le hablamos con confianza al Amigo. Lugar sagrado de encuentro con Dios. ¿Y no escuchas a tu propia conciencia, ni la valoras, ni le haces caso? La conciencia ha sido muy maltratada a veces, incluso en la Iglesia. Señalaba el Papa Francisco en Amoris Laetitia 37: “Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas”. La tentación de algunos pastores y grupos cristianos a veces ha sido esta: no respetar la conciencia de los fieles, pretender sustituirlas, dirigir, adoctrinar… en lugar de formar críticamente, capacitar con una sólida formación y criterio espiritual, teológico y humano. La conciencia se ha de valorar, cuidar y respetar como sagrada. Aunque también se ha de educar y hacer crecer, no es “inmutable”. Y es importante que los educadores en la fe no formemos conciencias neuróticas ni obsesivas que lleguen a unos escrúpulos enfermizos que no dejan vivir en paz ni feliz a nadie. Esto por desgracia ha sido mucho más frecuente de lo que sería deseable.

El evangelio de Juan nos dice este domingo: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada”. “Permanecer” es para Juan el verbo de la fidelidad… de nuestra unión con Jesús obtenemos Vida!! A través de la savia que nos comunica estar unidos a la Vid, como sarmientos suyos. Pero esta “permanencia” de la que habla Juan no es la de los trapos viejos y los muebles… que los dejas allí y siguen igual 40 años después. No es inmovilismo. Todo lo contrario. Es el esfuerzo activo, la lucha, la acción, para no degradarme ni apartarme de la Vid. Por no dejarme arrastrar ni por la sociedad y sus tendencias ni por el cansancio o el hastío. Para seguir creciendo y dejándome guiar y alimentar por Él, por su gracia, por su Espíritu. Por eso es bueno que cree vías de permanencia y de “nutrición espiritual”: ¿Tengo alguna lectura espiritual? ¿Cómo es mi vida de Oración? ¿Leo y escucho la Palabra de Dios cada día? ¿Comparto mi fe con alguien en algún grupo o en conversaciones con otros hermanos? Para permanecer en esto de la fe, ¡hay que moverse!

Víctor Chacón, CSsR