Domingo XXI del T. O.: Del fracaso de Jesús y la Vida que da el Espíritu.

 

Josué dijo a todo el pueblo: «Si os resulta duro servir al Señor, elegid hoy a quién queréis servir: (…) que yo y mi casa serviremos al Señor». Es importante esto que Josué dice al Pueblo de Israel. Vivís en la queja y el lamento, no os gusta del todo o satisface las exigencias de servir a Dios, pues tomad una decisión. Servid a otros dioses si creéis que son mejores u os van a dar mayores beneficios. A veces queremos una religión cómoda y fácil, solo placentera. Que me dé seguridad y tranquilidad, pero que no me exija nada, ni cambie nada en mi vida, que no me llame al cambio o la mejora, que no cuestione nada.

Hace poco me comentaba un matrimonio joven que en una parroquia el sacerdote exigía en la catequesis de comunión la asistencia a la Eucaristía de los niños (cosa bastante coherente por cierto) y lo hacía mediante un carnet que había que ir sellando en la Iglesia a la que fueran a misa cada domingo. A ellos no les convencía ese método, tan “estricto” o de cumplimiento, de recoger sellos. A mí tampoco me convence, pero les dije que lo entendía. Que a veces se encuentra uno con padres que pleitean y negocian los sacramentos buscando la parroquia que me los dé más barato (con menores exigencias) para ir allí. Es triste porque uno descubre que muchos no buscan una experiencia real y sincera de la fe, sino solo una celebración o un día de fiesta familiar o cumplir una tradición, y hacer una fotografía bonita que regalar a la abuela y poner en el salón de casa. No han entendido nada, probablemente porque nunca han experimentado la fe de modo auténtico, y lo que no se conoce no se ama, no se puede amar ni valorar.

La fe tiene un poder transformador y renovador de la vida, pero para ello hay que abrirse a la acción del Espíritu, de la gracia divina en nosotros. Jesús lo recuerda hoy: “«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, hay algunos de vosotros que no creen». Me consuela bastante como sacerdote ver que “Jesús también fracasa” y que lo acepta bien. Que a él no todo el mundo le seguía siempre con entusiasmo. Que también se le cansaba el pueblo y le protestaban y se iban. Y a veces es necesario dar cuerda, permitir que se alejen, que experimenten la vaciedad de otros dioses y propuestas de sentido que llevan a ninguna parte o a lugares muy pobres… para que tengan hambre y sed, para que busquen lo auténtico con verdadera ansia y deseos de saciarse.

“El Espíritu es quien da vida. La carne no sirve para nada”. Hay una contraposición de estas dos realidades en Juan. Carne y Espíritu. Espíritu que habla de la realidad santa tocada por el poder de Dios, su Espíritu Santo. Carne, que habla de la fragilidad, de la tendencia humana al pecado, a la concupiscencia, es el alma humana que se busca a sí misma y se encierra en sí misma (egoísmo que cierra al amor a Dios y al amor al prójimo). ¿Qué vida alimentamos nosotros? ¿La del Espíritu? ¿O la de la carne? ¿Buscamos dejar a Dios el timón de nuestra vida? ¿Nos dejamos gobernar por nuestras pasiones y caprichos, por nuestras ocurrencias y “necesidades”? El Espíritu es quien da vida, la carne no sirve para nada. Jesús dixit. Nos toca asumirlo y hacerlo vida, dejarnos sanar y liberar y abrir horizonte por el Espíritu.

Estamos invitados a ser “gente del Espíritu santo”, hombres y mujeres que cuidan en sí mismos la presencia sagrada del Espíritu y la alimentan (con la oración, la escucha de la Palabra, los sacramentos, la fraternidad). Esta última es importante, pues en el trato fraterno, cálido y acogedor se muestra si verdaderamente el Espíritu es de Dios o es falso. Quien no es capaz de fraternidad, de comprensión de escucha o compasión, no tiene el Espíritu de Cristo y es un farsante. Pidamos a Dios la verdadera apertura a su Espíritu, a su gracia, a su obra de redención.

Víctor Chacón, CSsR