29 Ago Domingo XXII del Tiempo Ordinario: ¿Dónde está tu corazón y tu culto a Dios?
Este domingo el Evangelio nos presenta una escena en la que Jesús se enfrenta a los fariseos. Enfrentrarse a ellos y confrontarlos fue un acto de valentía o de inconsciencia de Jesús, puede que ambas a la vez. Aquello no iba a acabar bien. Se enfrentó a la clase social, religiosa y política dominante. Eran los maestros de la Ley, eran estimados y hasta venerados por la gente sencilla que se intimidaba fácilmente ante la verborrea de estos señores tan instruidos en leyes, usos y costumbres.
«Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.” Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres». Y Jesús les confronta ni más ni menos que con la Palabra de Dios, con la profecía de Isaías. Les señala su incoherencia, predican mucho, pero cumplen poco. Saben muchas leyes religiosas, pero no viven compasivamente como Yahvé desea. Solo enseñan preceptos humanos, pero olvidan lo que Dios quiere. No tienen su centro en Dios. Es más, viven tan aferrados a la ley y se sienten tan seguros en su cumplimiento, que ya se creen salvados por sus actos. ¡No esperan, ni buscan -y quizás ni desean- salvación de Dios! Ya se la procuran ellos. Son un gran ateísmo disfrazado y recubierto de prácticas y costumbres religiosas. Esto denuncia Jesús.
A los que viven juzgando el mundo (en puro e impuro) y a las personas (en santas y pecadoras), Jesús les dice: “nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”. Jesús les anima a mirar dentro de sí mismos, a su corazón. Y preocuparse de las actitudes, sentimientos, acciones que surgen de él. Pues allí se concentra la bondad o maldad humana. Los odios o deseos de venganza… pero también la bondad y la capacidad de amar y perdonar.
Santiago en su carta da dos claves importantes a la hora de vivir rectamente la fe:
- “Aceptad con docilidad esa palabra, que ha sido injertada en vosotros y es capaz de salvar vuestras vidas”.
- “La religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre es esta: atender a huérfanos y viudas en su aflicción y mantenerse incontaminado del mundo”.
Necesitamos dar prioridad total a estas dos claves, Palabra de Dios y caridad fraterna, para vivir la fe con honestidad. De otro modo caeremos en engaños burdos como los fariseos, que se sentían seguros en su cumplimiento pero su vida no alegraba a nadie, ni a Dios, ni a los hermanos ni tan siquiera a ellos mismos, que vivían a veces constreñidos por tanta normativa.
Solo una apertura a la escucha y el diálogo sincero con Dios y su Palabra nos sacará de un monólogo enfermizo en el que nos autojustificamos solos, y olvidamos a Dios.
Solo una preocupación por la calidad fraterna y la caridad en mis relaciones humanas, le dará credibilidad a mi práctica religiosa. “Obras son amores y no buenas razones”. Necesitamos pasar a una actitud de compromiso donde nuestra vida hable, y no se necesiten ya muchas palabras…
Víctor Chacón, CSsR