21 Nov Domingo XXXIV del T.O., Solemnidad Jesucristo Rey: Reyes que dejan reinar al Rey Total
Celebramos la solemnidad de Cristo Rey del Universo. No solo de este mundo, sino de todo y de todos. Acabamos con esta fiesta el Año Litúrgico, un ciclo. Hemos celebrado todos los misterios de la vida de Cristo un año más. Terminamos recordando que Él es Rey y Señor de todo. Así queremos que sea, esperamos su reino. Aunque para entenderlo bien, la expresión exacta de los evangelios es “basilea tou theos” que sería más exactamente “el reinado de Dios”, así en participio. Que Dios pueda reinar y ejercer su poder salvador y de Justicia sobre todos nosotros y sobre nuestra realidad.
Romano Guardini rezaba así: “Tu reino debe ser para nosotros lo único necesario. Que venga tu reino y que se cumpla tu justicia: eso es a lo que deben tender nuestros propósitos y nuestras preocupaciones. Entonces podremos estar seguros de que todo, hasta las cosas más oscuras, nos han sido dadas para que nos salvemos (…). Debemos superar nuestra ignorancia con confianza y colaborar en tu obra con amor. Que Tú me amas es la respuesta a cualquier pregunta; haz que lo sienta cuando llegue la hora de la prueba. Amén”. Me parece interesante tener este compromiso en nuestra fe, buscar el reinado de Dios. Buscar que se haga la voluntad de Dios y que domine aquello que el Espíritu Santo quiere suscitar en nosotros, porque desde luego, va a ser mucho mejor que cualquier genialidad humana que se nos ocurra a los demás. ¿Busco colaborar yo con el reino de Dios? ¿Le doy importancia en mi fe a su reinado, a que Dios gobierne las cosas, y especialmente en mi vida?
Dice el inicio del libro del Apocalipsis que leemos hoy: “Al que nos ama, y nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho reino y sacerdotes para Dios, su Padre”. Nos ha hecho reino y sacerdotes. En el bautismo se nos consagra al ungirnos con el Santo Crisma como sacerdotes, profetas y reyes. Sí, ¡también reyes! Profundicemos en esto. El crisma nos consagra sacerdotes (con el sacerdocio común) y esto significa que podemos interceder y elevar oraciones a Dios, hacer esa función de Pontífices, de conectar a Dios y los hombres. El crisma nos unge como profetas que tienen una Palabra de Dios que gritar al mundo, ¿has encontrado ya tú la Palabra que Dios te pide gritar al mundo y a la Iglesia? Pues si aún no, sigue rezando y pidiendo luces, porque Dios te la dará. Y el crisma nos unge como a Reyes llamados a gobernar y obrar la justicia, quizás no en castillos ni firmando leyes para grandes masas, pero sí comprometiéndonos con los más altos valores que encarna ser Rey: defender a las personas, obrar con justicia, servir a todos y escuchar al pueblo.
“Mi reino no es de este mundo”. Jesús es un rey peculiar y así lo declara a Pilatos que cada vez se ponía más nervioso ante la condena de aquel hombre a muerte. Jesús no tiene palacio, sino que anda de casa en casa, cercano a la gente y casi siempre de mala fama. Jesús tiene un séquito peculiar, sus apóstoles y discípulos, donde no está la flor y nata del país… hay un poco de todo: judíos fieles y fervientes celotes, publicanos, jóvenes y mayores, algunas mujeres incluso… este rey es poco selectivo. Su cetro es más bien el cayado de pastor, de caminante, de trotamundos… este es un Rey inquieto, anda siempre visitando lugares, dando mensajes y escuchando a gente maldita y enferma. Y sí, finalmente sí que tuvo corona, de espinas, un tanto incómoda. Tuvo que aceptar el dolor nuestro Rey, sufrir por ser testigo de la Verdad, por anunciar a un Dios compasivo y cercano, cariñoso y Padre (Abba) de todos. Desafiar a los poderes religiosos de su tiempo le pasó factura, pero nuestro rey no es cobarde, sino que dio la cara y puso la cabeza para acoger tal corona. Nuestro Rey nos da ejemplo y nos pide actuar, amar y servir de corazón: “Vosotros me llamáis maestro y señor, y decís bien. Pues si yo, que soy maestro y señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros mutuamente los pies. Os he dado ejemplo para que hagáis lo mismo que yo he hecho” (Jn 13, 13ss).
Este es un Rey raro, muy raro, que se agacha, se quita la túnica y sirve a los demás. Les lava los pies y los besa. ¡Qué Rey tan estrafalario! Aunque la verdad que un rey así no te pone nervioso, es capaz de abrazar y besar, de acoger y compadecerse. De orientar y enderezar tus pasos a una vida más plena. Sin duda es el mejor de los Reyes posibles. Felices nosotros si les dejamos reinar en nuestra vida.
Víctor Chacón, CSsR