15 Ene Domingo II del tiempo ordinario: Dios que acompaña en el sufrimiento y me da sus carismas.
Isaías 62 nos introduce en este II domingo del T.O. con estas palabras: “Por amor a Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha. Los pueblos verán tu justicia, y los reyes tu gloria; te pondrán un nombre nuevo, pronunciado por la boca del Señor”. Dios tiene ansia de dar a conocer a su salvador, de hacer sentir su gloria, de revelar al ser humano la plenitud que puede alcanzar a su lado. Este domingo se da, con el relato de Caná de Galilea, una nueva Epifanía de Dios. La gran epifanía la celebramos el día 6 con los Magos de Oriente, adorando y ofreciendo sus regalos al Rey de Reyes. Pero hay epifanías menores donde Cristo sigue revelando su poder salvador y la gloria de Dios: La enseñanza a los doctores de la Ley de un Jesús niño, es epifanía. Y el milagro del agua en vino en las bodas de Caná también es epifanía. Fue el primer signo visible y extraordinario que probaba que Jesús no era solo un humano más. Era un hombre especial, tocado por Dios, sostenido por su gracia y capaz de hacer “semeia”, signos o hechos extraordinarios, que rompen lo común.
El primer signo Jesús lo hace en una familia que sufría. No fue casual actuar en aquella boda. Y sí, María propicia y fuerza un poco que su hijo actúe, las madres son así. Si saben que sus hijos tienen algo bueno lo van a predicar a los cuatro vientos. El texto de Juan da un detalle curioso que puede pasar desapercibido: “Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una”. Lo normal era tener una tinaja de 100 litros por familia. Lo normal no era tener seis tinajas. ¿Por qué necesitaba esta familia tanta agua para purificarse/pedir perdón ante Dios? Pues porque tenían alguna situación de impureza. ¿Y cuáles son las situaciones de impureza más frecuentes? enfermedad o pecado. O tenían a alguien muy enfermo (que quizás perdía mucha sangre o supuraba) o tenían una situación irregular, de pecado, de posesión… En cualquier caso, en aquella familia había un gran sufrimiento. No eran en absoluto “una familia feliz”, sino una familia marcada por el dolor, por la impureza y por tanto, por la vergüenza.
María y Jesús lo saben. Por eso María presiona a su hijo: “Anda Jesús… que ya sabes cómo están, haz algo hijo”. Y lo hizo. Cambió las aguas de la purificación que pedían perdón a Dios, por vino de gozo y fiesta, para que todo el mundo baile y celebre la salvación de Dios. Cambió tristeza por gozo. El primer signo de Jesús es sensacional y no pudo hacerse en un lugar mejor y con unos destinatarios mejores. Aquellos que necesitaban ser sanados por Jesús y que su salud y perdón llegase a sus vidas para cambiarlo todo. Aquel día llegó la alegría a esa familia. Empezaron a sentirse salvados, bendecidos, tocados por la mano de Dios que no se olvida de ellos.
Pablo da a los Corintios su lección magistral: “Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común”. Creemos en una iglesia carismática, movida por el Espíritu y donde el Espíritu suscita -para bien de la Iglesia- diversos dones y carismas. Necesitamos empezar a entender así la Iglesia, no solo como lugar de oración, sino como el lugar donde descubro los dones que el Espíritu me ha dado y los pongo al servicio de los demás. Porque el “Espíritu se otorga para el bien común”, para construir la comunidad fraterna que Jesús desea. Así que hoy las preguntas de oración son claras: ¿soy consciente de los dones y carismas que el Espíritu de Dios suscita en mi vida? ¿Estoy decidido a ponerlos al servicio de los demás, lo hago ya? ¿Agradezco los dones y carismas que veo en mis hermanos, en aquellos que me rodean o soy envidioso?
“El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como él quiere”. El Dios de la bondad, reparte su gracia y su luz. No seas envidioso. Aprende a agradecer y a reconocer los signos donde Dios va ensanchando la vida humana y colmándonos de dones y gracias. Y aprende también a mirarte a ti, a reconocer sus dones, a potenciarlos y a dejarlos crecer en ti. No menosprecies los carismas que Dios te ha dado, ni los tengas en menos valiosos que los de tus hermanos.
Víctor Chacón, CSsR