Domingo de Ramos de la Pasión del Señor: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! 

 

Contemplamos la pasión del Señor un año más. Orígenes, autor cristiano del siglo III, decía en uno de sus comentarios bíblicos al libro de Ezequiel: “Charitas est passio”, El amor es pasión, padecimiento. Y eso es lo que contemplamos: al Dios que padece por amor en Jesucristo y a la locura adonde le lleva su amor y su fe, y su deseo de salvar a la humanidad. 

Cada vez más gente no siente nada al mirar a un crucificado, no entienden o lo que sienten es simplemente rechazo. Ya no se entiende el lenguaje de la cruz de Cristo ni su imaginario. Es muy ajeno a la cultura actual y a la sensibilidad moderna. Se han perdido las referencias y el contexto en dos sentidos. Hemos perdido de vista la mentalidad sacrificial que estaba antiguamente muy unida a las religiones (entre ella la judía). Ofrecer sacrificios y ofrendas a Dios en el altar: vegetales, animales, incienso… era el sentido de compartir con Dios los frutos buenos de esta tierra que disfrutamos aquí. Cristo en la cruz está haciendo un sacrificio y una ofrenda a Dios de su vida. Es el sentido que Él quiere darle. “Nadie me quita la vida, la entrego yo voluntariamente”.  

A la vez que se ha perdido el significado profundo de la palabra “redención”, que literalmente significa “comprar a precio de sangre”, pagar con la vida. Lo que decide hacer Jesús es esto. Una ofrenda de su vida a Dios en la que asume Él -inocente- la culpa de otros, paga por otros. Es un acto de generosidad total, de entrega total, de amor total. 

La dinámica moral tan egoísta, hedonista y competitiva que nos fomenta nuestra sociedad hace incomprensible la redención, así de simple. Sufrir por otro, u ocupar el lugar o el castigo del otro es algo totalmente ajeno, no tiene sentido hoy. Y sin embargo es lo que fue y lo que creemos. Una generosidad sin límites y una capacidad de amar desbordante, capaz de todo, hasta de afrontar latigazos, vejaciones, escupitajos, insultos y, finalmente, la muerte en Cruz.  

“El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás… El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes”. Isaías nos deja esta frase del justo sufriente que representa muy bien a Jesús. Refleja bien su valentía (“yo no resistí ni me eché atrás”) en afrontar la pasión, consecuencia de su vida y de su predicación que molestó e hizo temer a muchos. Refleja bien también su fe, incluso en el dolor y la dificultad: “El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes”.  

La pasión de Jesús nos muestra la fuerza misteriosa de Dios que está en la debilidad, en dejarse vencer, en asumir la violencia, para no sumarse a ella… y dejarla sin argumentos. En la muerte de Jesús Dios le dice al mundo: vale, ya habéis matado al predicador de la Paz y la Verdad y el Amor, pero ¿creéis que habéis matado los deseos de Paz, Verdad y Amor que hay en vosotros, en vuestro corazón? Pues, entonces, no habéis matado a mi Hijo… solo su cuerpo. 

Víctor Chacón, CSsR