Domingo II de Adviento: Acoger lo humano y acoger la propia debilidad como Juan Bautista

 

Seguimos en este segundo domingo de Adviento con las profecías de Isaías sobre el Mesías: “Brotará un renuevo del tronco de Jesé, se posará sobre él el espíritu del Señor no juzgará por apariencias ni sentenciará de oídas; juzgará a los pobres con justicia, sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra; pero golpeará al violento con la vara de su boca, y con el soplo de sus labios hará morir al malvado”.

El Mesías que viene -que posee el Espíritu de Dios- conoce lo profundo del corazón de cada humano, no juzga por las apariencias. Ve lo que hay en nosotros. Y tiene poder para salvar o herir a los que hieren a los demás. Él hace la Justicia, refleja al Dios justo. Y rompe la cadena de opresión para los injustos, por eso es reflejo de un Dios liberador. Me parece importante la unión de tener el espíritu de Dios y mirar lo profundo de los seres, no la superficie. ¿Cómo es mi mirada sobre las personas? ¿Me detengo mucho en lo exterior? ¿Soy prejuicioso/a?

Romanos: “Que el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener entre vosotros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, de este modo, unánimes, a una voz, glorificaréis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por eso, acogeos mutuamente, como Cristo os acogió para gloria de Dios”. Pablo insta a los romanos a vivir fraternalmente, teniendo entre ellos los mismos sentimientos de Cristo: compasión, amor, misericordia… y sobre todo: ACOGEOS mutuamente, como Cristo os acogió. La acogida es un valor cristiano fundamental que decide si mi amor por el prójimo es real o impostado, pura palabrería. ¿Qué capacidad de acogida tengo, de relacionarme con los demás? Cuando alguien llega nuevo a un sitio, ¿soy capaz de acogerlo y facilitar que se integre o mejor que lo hagan otros? La acogida humana habla de la autenticidad de mi fe, refleja si los sentimientos de Jesús permean en mí o no.

Dice el evangelio de Mateo que a Juan “acudía toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la comarca del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán”. Juan se convierte no solo en el profeta de la conversión, sino en el profeta de la acogida. Acogía doblemente: a toda la gente que llegaba a él de muy distintos lugares, fueran de donde fueran; y acogía también su debilidad, su pecado, les ayudaba a arrepentirse para comenzar una vida nueva. En este adviento estamos invitados a hacer esta doble acogida. Quizás hay que comenzar por acoger nuestra propia debilidad, “acogernos” y aceptarnos tal y como somos… para poder después acoger al hermano sin prejuicios, sin defensas inútiles, cuando ya hemos sido sanados y somos capaces de amar. Que Dios nos ayude en este doble proceso de acogida y sanación.

Víctor Chacón, CSsR