18 Dic Domingo IV de Adviento: Hambrientos, llamados y con sueño de Dios.

Salmo 23: “¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón, que no confía en los ídolos. Esta es la generación que busca al Señor, que busca tu rostro, Dios de Jacob”. Me parece que el salmo que rezamos este domingo da bien el tono de lo que vivimos y celebramos. ¿Qué se pide al creyente? Que rechace los ídolos. Que nada ocupe el lugar de Dios. Que viva libre de ataduras estériles que no lo dejan ser libre. Manos inocentes que no han hecho el mal, ni han golpeado ni han robado o codiciado nada… Puro corazón que no confía en los ídolos. Por eso mismo, se mantiene abierto, receptivo, a la búsqueda de Dios y de su presencia. Cuidado porque este tiempo de Navidad, que es tiempo de celebración, de familia y de fiestas tiene el peligro de ser tiempo de excesos. Excesos que distorsionan su sentido y que hacen olvidar lo importante y el centro: Jesucristo. Si me empacho, si vivo en el hartazgo, dejo de buscar nada… “creo que ya estoy lleno y satisfecho”. El hambre de Dios no es tan fácil de satisfacer.
San Pablo a los Romanos: “Por él hemos recibido la gracia del apostolado, para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles, para gloria de su nombre. Entre ellos os encontráis también vosotros, llamados por Jesucristo”. Pablo da una clave interesante cuando se presenta a esta comunidad: Mi misión -la tarea que desempeño como Apóstol- es una gracia, don y regalo maravilloso de Dios. ¡Qué gozo ser tu misionero Señor! ¡Cuánta luz, cuánta gracia, cuánta bendición de la que soy testigo! ¡No merezco tanto Señor! Aun así, gracias por darme esta gracia.
Y a la vez, esta gracia tiene una finalidad clara: “suscitar la obediencia de la fe en los gentiles”. Es decir, enseñar a las personas a escuchar (ab-audire/ obedecer) a Dios. Enseñar que la Palabra de Dios no es una palabra más, ni una palabra cualquiera. Sino la palabra más poderosa, más luminosa, más profunda y sabia; y sin duda, la más salvadora. ¿Vivo yo mi fe como una relación viva y atenta de escucha de la Palabra? ¿Consulto, medito, acojo la Palabra en mi vida, la leo a diario, dejo que forme mi conciencia, mi opinión, mi postura ante tantas cosas…? Por ciertas cosas que oigo, me queda claro que no. Muchos creyentes siguen viviendo de espaldas a la Palabra. Haciendo oídos sordos a la Palabra de Dios. Ni escuchan, ni acogen ni se dejan modelar por Él. ¡Y sois los llamados por esta Palabra!
Evangelio de hoy: “José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”. Me encanta la opción de José de no dañar a María ni por casualidad… a pesar de no entender lo que estaba pasando y de, fácilmente imaginar panoramas en los que ella podía salir malparada. Guarda silencio y hace opción por no perjudicar a María. Dios proveerá. Y así fue. El sueño de aquella noche fue reparador. Apareció el mensajero de Dios y dejó su mensaje: “No temas José. Acógela con amor. La criatura viene de Dios. Colabora con el plan de Dios”. Y José por fin respira hondo y empieza a entender todo. Le ha tocado ser parte de una misión única. Dios le llama a cuidar y proteger lo más valioso. José pudo colaborar fácilmente con el plan de Dios y abrirse a un plan más grande porque nunca se puso a sí mismo en el centro, siempre amó más a Dios y a María, por eso elige no dañarla y no hacerse la víctima. Elige vivir en el amor y la fe en lugar de en el rencor o la venganza (que son tan humanas).
Enséñame Señor a ser como José, creyente, pacífico, amante. Que en mí siempre venza el amor y la paz. Que tu Palabra y tu voluntad tengan un lugar central en mi vida. Que yo busque colaborar con tus planes y proyectos. Que me sepa llamado por ti. Amado y llamado por ti. Que Tú Señor estés en mis sueños al igual que yo siempre estoy en los tuyos. Amén.
Víctor Chacón, CSsR