30 Dic Solemnidad de Santa María, Madre de Dios: hijos de María y dóciles al Espíritu, hermanos de todos.

Carta a los Gálatas: “Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley… Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: «¡“Abba”, Padre!». Así que ya no eres esclavo, sino hijo”.
En este texto, Pablo profundiza en las razones de la Navidad. Jesús nace para liberarnos de la simple obediencia a la Ley. Los cristianos ya no somos esclavos del cumplimiento de leyes, sino creyentes guiados por el Espíritu de Dios y la comunión con el Padre y el Hijo. A través de María, Madre de los creyentes se nos regala este estado de Gracia en que estamos. Ya no somos esclavos sino hijos. Y si llamamos a María “madre” junto a otros, es que también tenemos hermanos. Se nos ha dado el don de la fraternidad al mismo tiempo. Pertenecemos a una familia de creyentes que es la Iglesia. Y acudimos a practicar la fe no solo buscando ser consolados o atendidos en nuestras necesidades (eso sería mezquino y egoísta), sino también sabiendo que tenemos hermanos que cuidar y sobre los que velar. Ser creyentes, hijos de María, dóciles al Espíritu del Hijo que clama Abba en nosotros, supone crecer en esta conciencia de “hermanos”. Tengo hermanos a los que amar y cuidar. María me lo recordará.
Evangelio de Lucas: “Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho”.
No deja de ser misterioso y sorprendente que los pastores, gente sencilla y algo ruda, sean los primeros testigos de la Navidad, los testigos que Dios quiere. Esto es signo quizás de que Dios quiso dar esperanza hasta a los últimos, a los más pobres, a los olvidados de la sociedad de aquel tiempo. La gente influyente tardó en creer y algunos nunca creyeron. Esto nos enseña que quizás desde la pobreza y la humildad se invoca a Dios con más sinceridad, buscándole con toda el alma. Y a otros, que nos refugiamos en mil cosas y comodidades…lo de creer y buscar al salvador, a veces se nos olvida, lo vamos posponiendo como si no fuera algo tan necesario y urgente. Los pastores supieron buscar y atender las señales de Dios, creer y anunciar, alabar y llenarse del gozo de Dios en el Espíritu. Eran almas sencillas para las que no hubo margen de error o duda. Dios estaba allí naciendo en aquel portal y en aquella noche fría.
“María guardaba todo en su corazón y lo meditaba”. Necesitamos crecer en esta actitud de silencio y escucha. De meditación y poner a Dios en el centro. Esta actitud de oración, no solo “decir oraciones” sino escuchar y acoger a Dios, desde el silencio, es muy necesaria en tiempos de tanto ruido y voces que nos agitan. Aprendamos de María, hagamos espacio a Dios en nuestra vida. Lo agradeceremos, nos hará mucho bien.
Víctor Chacón, CSsR