Apoyados en Dios no somos tan “flojitos”. Domingo XV del T. O.

 

Hay ciertos discursos mundanos y también espirituales que caen en una victimización del ser humano. Que solo ven maldad, debilidad, perversión en la naturaleza humana. Como si todo estuviera perdido y no hubiera esperanza. Como si la creación divina y el ser “imagen y semejanza suya” fuera un cuento de hadas sin repercusión real en nuestras vidas. Por supuesto que no podemos darnos salvación y plenitud a nosotros mismos. Pero entre todo y nada hay una escala de grises y de colores muy real y auténtica.

Hoy nos invita la Palabra “Vuelve al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma. Porque este precepto que yo te mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable”. No eres tan débil como a veces crees, y como algunos te quieren hacer creer. Si te apoyas en mí, nos dice el Señor, podrás cumplir mi mandato. Pero la invitación es clara, esto ocurrirá solo si volvemos a Él de todo corazón y con toda el alma. Sin pactos, sin mediocridades, sin búsquedas ni planes alternativos de éxito o disfrute. Somos suyos y cuando volvemos a sus manos todo cobra sentido y plenitud. San Agustín lo expresó genialmente: “Nos hiciste Señor para Ti, y nuestro corazón no descansará tranquilo hasta que descanse en Ti”. Y eso es verdad en esta vida y en la otra. O aprendemos a descansar en Dios o “petaremos” como dicen los jóvenes hoy. O aprendemos a no llevar todo con nuestras solas fuerzas, o sucumbiremos rendidos a la evidencia de que no podemos redimir al mundo, ni a nadie, ni a nosotros mismos sin la ayuda de Dios y su gracia. También el salmo 68 nos lo recuerda “buscad al Señor y revivirá vuestro corazón”.

El maestro de la Ley pregunta a Jesús mal, de un modo desenfocado: “«Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». La vida de fe no puede tener el centro en sí misma, en “qué tengo que hacer” (yo) para salvarme (a mí). Esa es una visión miope, corta y chata. La vida de fe es ante todo apertura a Dios y a los hermanos. Y si no lo es, mal vamos.

Por eso Jesús le invita a salir de sí mismo y a pensar en Dios: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?”. Y ya él recapacita: “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza” y con toda tu mente. Y “a tu prójimo como a ti mismo”». La gran dificultad está en que también nosotros -queriendo justificarnos- preguntamos y divagamos “quién será nuestro prójimo”… y nos perdemos en mil excusas y dificultades para no pasar a la acción, al compromiso. Por eso el Papa Francisco nos recuerda en Fratelli tutti: ¡ojo! Que ser creyente y agradar a Dios puede no coincidir. “La paradoja es que a veces, quienes dicen no creer, pueden vivir la voluntad de Dios mejor que los creyentes” apunta en el número 74. No busquemos tantas excusas y justificaciones. El prójimo es el prójimo y el necesitado es el necesitado. Abramos los ojos, escuchemos y seamos capaces de parar y ayudar… de lo contrario viviremos una religión vacía de Dios y de hermanos.

Víctor Chacón, CSsR