“Cástulo I el conquistador”

La Perla del Río Imaza, está ubicada, así dicen aquí, en la Selva Alta del Amazonas peruano. Es un caserío, de reciente fundación. Catorce años hace que Cástulo se abrió paso, a fuerza de machete y sudor, a través de esta selva impenetrable y peligrosa. Y cuando se cansó de dar machetazos y le pareció bien, dijo “aquí llego, no más” y fundó La Perla. Hizo un pacto de no agresión con los pumas, los osos y los monos del lugar y allí se estableció.

  • Yo conquisté estas montañas y por tanto soy el fundador, sí pues ¿diga? Veníamos dos, pero  el compañero se llevó el pie con el machete y se retiró. Yo fundé La Perla porque llegué el primero y porque puse el nombre al caserío. Soy fundador ¿diga?

Yo digo a todo que sí, no sea que se moleste y saque el machete de nuevo. Cástulo, es enjuto, tostado y feo. Es padre de seis hijos, que yo sepa. Su virtud no es la higiene ni el aseo personal. En cambio se toma muy a pecho su vocación de catequista. Ahí se lo presento, tratando de enseñar el credo apostólico a ese “lorazo”, aunque parece, más bien, que es el loro el que lleva la batuta de maestro. Aclaremos: el loro es el de verde, el de gris sucio, el catequista.

  • Sí pues, ¿diga? Yo soy catequista por mandato divino, no por gusto mío. ¡Sí, pues! Doce años llevo enseñando la fe católica. Yo, antes de ser católico estaba en las “congregaciones separadas”. Todas las iglesias me querían para predicar en su liturgia. Me pagaban y tenía que predicar contra la Iglesia católica. En eso sí coincidían. ¡Sí, pues! Pero a mí eso no me parecía honrado…

El tío se embala. ¡Cómo casca! Habla y camina, mientras yo arrastro mis pies y escucho. Estoy a punto de decirle que yo le pago para que se calle, pero iba  a ser inútil, porque ni él me escucha, ni yo puedo  hablar.

  • Sí pues, padrecito. A mí me gustaba hablar de la Biblia. Pero uno que fue mi maestro de primaria, me convirtió. Él me habló con verdad y me ganó para Cristo. Ahí no más me convirtió y me hice bautizar en la Católica ¡Sí, pues! Después hice tres años de formación y al cuarto ya no acudí porque me parecía demasiada responsabilidad. Pero me llegó el nombramiento del padre de la parroquia por escrito y entonces me convencí  de que era mandato de Dios. Doce años llevo sirviendo a mi Iglesia. Sí pues ¿diga?

Pero yo no digo nada. Simplemente me dedico a respirar. El camino me lleva y  yo  me dejo llevar. Y después de cinco horas sobre el barro y bajo la lluvia, llegamos a este paraíso perdido que emerge y se oculta entre las nubes. No ha perdido su encanto misterioso después de un año: las mismas casas hechas de tablas y agujeros, las mismas personas, las mismas sonrisas desdentadas, muchos más niños sucios y esquivos. Yo digo “hola” a todo el mundo mientras Cástulo, el fundador, me invita a almorzar a su casa. También ésta conserva el aspecto destartalado de hace un año. Doy gracias a Diosito cuando sé que no voy a dormir en es casa, pero maldigo mi suerte cuando tengo que compartir mesa con tantos animales: cuyes, chanchos, perros, gallinas y patos que se han adueñado de la cocina donde la esposa del catequista prepara, entre una nube de humo, una montaña de arroz y  tres huevitos. Tres huevitos que fue a comprar su hijo menor a la única bodega que hay en el poblado. Disfruten de la ingenuidad del niño:

  • Dame tres huevitos, tres. ¡Rapidito, rapidito!
  • Y ¿por qué tienes tanta prisa?, pregunta el dueño de la tienda.
  • Es que ha venido a visitarnos Padre Dios y tiene mucha hambre. Rapidito, que Padre Dios se muere de hambre…

Me río mucho cuando me dicen que Padre Dios soy yo. Nunca había picado tan alto. La verdad es que a Padre Dios sólo le tocó un huevito, los otros se los zampó Cástulo el Conquistador. Yo hice el reparto que me pareció más justo:

  • Un huevito para Padre Dios por haber creado este paraíso verde. Otro para el catequista Cástulo por ser el fundador. Y el tercero para Cástulo I por ser el Conquistador.

A él, le parecieron acertados los títulos que le otorgué, pero más satisfecho quedó por el reparto de los huevos. Y yo feliz con lo de Padre Dios. Y feliz sin luz eléctrica, sin agua caliente, sin internet y sin televisión. Sólo echo en falta el chorizo de León y la ducha calentita. No diré que “huelo a gitano” para que no me tilden de racista, pero hasta los perros me rehúyen. En fin, tendré que soportarme a mí mismo durante unos días. Y así pasó una mañana y una tarde, entre reuniones, hasta que por fin llegó la noche, y con la noche la misa, celebrada a la luz de velas y linternas. La misa, que fue una fiesta: primeras comuniones, bautizos y mucha alegría.

  • Sí pues, padrecito. Es la tercera misa que se celebra en el caserío. Mucha felicidad es para nosotros su esfuerzo de usted. Le estamos bastante agradecidos por haber venido desde la madre patria. Y estamos bastante contentos porque España “campeonó” en África.

Y a continuación me cuentan, en mitad de la misa, la final del mundial, que ellos no han visto porque allí no hay ni luz ni televisión. Es igual, lo importante es que “España campeonó”. Yo a mi vez les conté el brindis en el avión con vino de Cuenca y cava catalán, gracias a la gentileza de Iberia. Y después de  una misa larga y divertida y una noche larguísima, entre agua y pulgas, otra caminata, también larguísima, de “vuelta a la civilización”. Atrás queda la promesa de encontrarnos un año más tarde:

  • Sí pues, padrecito. Le agradecemos bastante su esfuerzo de usted. Que no sea la última vez que nos visita. Le esperamos para el próximo año ¿diga? Que Diosito me lo bendiga, Padre Dios ¡Je, je, je

Y aquí se acaba la historia de Cástulo I el Conquistador, catequista por vocación y católico por equivocación. Mi admiración por él y por todos los catequistas que sostienen la fe en aquellas tierras. Santo Toribio, el gran evangelizador de Perú, estaría orgulloso de esta buena gente. Yo, también.

P. Arsenio, CSsR