“Combate el buen combate de la fe”. Domingo XXVI del T. O.

 

“¡Ay de aquellos que se sienten seguros en Sion, confiados en la montaña de Samaría! Beben el vino en elegantes copas, se ungen con el mejor de los aceites pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José”. El profeta Amós critica esta existencia frívola y despreocupada de algunas personas en su tiempo. Bebían, festejaban, disfrutaban lujos y privilegios, pero no eran capaces de ser compasivos, cerraban sus entrañas al dolor de sus hermanos. Su vida despreocupada y superficial les pasará factura. Somos lo que hacemos, lo que vivimos, las decisiones que tomamos. Y uno no puede pasar de repente de la frivolidad a la compasión, de la superficialidad a la profundidad… todo necesita su proceso y entrenamiento. Por eso Amós predice el mal futuro de quienes no saben ser compasivos ni acercarse a las desgracias ajenas. ¿Quién se acercará cuando ellos estén mal? Si le aplican su misma medicina, nadie.

En esta misma línea se sitúa la historia del rico Epulón y el pobre Lázaro. Mientras uno sufre y mendiga a la puerta del rico, el otro banquetea y disfruta ignorando la fragilidad de su suerte. “Vestía de púrpura y lino” dice el evangelio. Vestía exquisitamente, cuidaba muy bien su imagen. Y eso no es malo. Lo malo es lo que eso lleva asociado: a la excesiva preocupación por sí mismo va unido el olvido de los demás, el descuido de los que le rodean. Ojalá no sea así en nosotros, por muy bien que vayamos vestidos. Lo deseable es siempre mantener esta apertura al hermano, a sus necesidades, a sus gritos (aunque no abran la boca, porque no hace falta abrirla para gritar).

Abrahán, Padre de la fe sentencia, ante la petición de Epulón lo siguiente:  “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”». La sordera de aquellos que no quieren oír a sus hermanos es muy grande… no basta ni tan siquiera con la aparición de un muerto. La dureza de su corazón es grande. Y solo los golpes de la vida podrán en ocasiones ablandar esto.

Nos queda como tarea lo que dice Pablo: “Hombre de Dios, busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que fuiste llamado”. Asumir la búsqueda de la fe, desde sus valores, desde lo que la Palabra nos enseña. Aceptar que si bien -todos somos débiles- caminamos acompañados con la fuerza de su Espíritu, de su gracia. No caminamos solos. Pero necesitamos esta conciencia de estar habitados por Él y acompañados por una comunidad.

Frente a un mundo que nos llama a la comodidad y el pasotismo, abre bien los oídos y ayuda a quien te necesita. Frente a un mundo que te quiere egoísta, comparte tu tiempo y tus dones con otros. Frente a un mundo que te quiere superficial, busca momentos de soledad y encuentro contigo y con Dios. Este es nuestro combate cotidiano. La oración y la Eucaristía junto a la fraternidad, son las mejores armas.

Víctor Chacón, CSsR