CON PAZ EN LA TORMENTA, Dom. XII del T.O.

 

Hay dos maneras de mirar una tormenta, desde fuera o desde dentro. Desde fuera se puede decir: ¡Qué bonito! ¡Qué impresionante! Qué belleza de olas, de relámpagos y rayos… Desde dentro la belleza no es lo primero. Más bien la impresión unida a la cercanía conduce al temor por la propia vida, por la propia seguridad. Cuando el viento agita tu barco, cuando el rayo cae cerca y el agua empapa con violencia tu ropa y tu cara… ya no hay tanta poesía.

Los discípulos en este evangelio están ya en la segunda fase. Tienen la tormenta encima, su barca ha entrado en ella. Y contemplan con sorpresa y estupor a Jesús ¡dormido! Mientras ellos se agitan nerviosos. Es muy expresivo. Marcos señala con ese “letargo de Jesús” su tranquilidad, su confianza infinita en el Padre, que todo lo puede. Incluso vencer a la peor tormenta. Su sueño es expresión de la soberanía de Dios y de la total seguridad de Jesús. “No hay nada que temer”. O como decía Santa Teresa “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa…”. Jesús reprocha a los discípulos su cobardía y su incredulidad. Llevaba tiempo enseñándoles y “aún no tienen fe”, aún no han dado el paso a creer. Solo piensan en sí mismos, quieren resolverlo todo con sus fuerzas -y por eso temen- no toman ejemplo de Jesús, no corren riesgos con él. Esta situación se repetirá cuando huyan ante la cruz. Marcos hace esta advertencia a la comunidad para que no caiga como los apóstoles.

Las palabras que Marcos emplea en este relato son muy similares a las de otros relatos de exorcismo. Estamos en un contexto de lucha contra el maligno, contra sus efectos en nosotros. ¿Cuáles son esos efectos? El miedo y la desconfianza. Aparecen unidos. Los discípulos temen y no son valientes, porque no creen, porque aún no se han abierto al poder infinito de Dios, a su grandeza, a ¡su gracia! Más tarde Pedro si empezará a creer y dirá a Jesús: “Señor ¿A quién iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna”. Estamos en este proceso de crecimiento continuo. Fiarnos de Dios, abandonarnos en Él. No medir todo desde mis fuerzas, mis criterios, mis límites. Abrirme al proyecto amplio, generoso y desbordante de Dios.

Dos expresiones de sabiduría sobre el mar. “Ningún mar en calma hizo experto a un marinero”. Las tormentas son necesarias en nuestras vidas, nos curten, nos tientan, hacen que tengamos que llegar al límite y veamos de lo que somos capaces. San Ignacio de Loyola recomendó “en tiempo de desolación no hacer mudanza”. ¿Qué mayor desolación que una tormenta que desarma y agita nuestra vida de mil maneras? Pues entonces, recomienda el sentido de fe, agarrar fuerte el timón y perseverar con él, sin virar ni a derecha ni a izquierda. Después cuando haya calma y visibilidad, podremos ver bien y decidir un rumbo nuevo, pero no en medio de la tormenta. Ahí es momento de mantener la serenidad y esperar pacientes y valientes.

Víctor Chacón, CSsR