23 Oct CREER TRANSFORMA LA VIDA, DOM. XXX T.O.
“Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo”. Es la declaración de Dios a su pueblo en libro del Éxodo. Dios no puede no escuchar, no acoger, no amar. Es su naturaleza, ÉL ES así. El “YOSOY” es compasivo, este es su principal atributo. Por eso enseña a su pueblo a tener entrañas compasivas: “No maltratarás ni oprimirás al emigrante…ni a viudas ni huérfanos”. En un mundo polarizado y conflictivo, los seres humanos estamos profundamente necesitados de empatía, de compasión y de memoria. Por eso Dios recuerda a su pueblo: “vosotros también fuisteis emigrantes”, así que trátalos bien como tú hubieras querido ser tratado. No vale mirar para otro lado. El silencio no nos libera de la culpa. Sólo actuar compasivamente nos asemeja a nuestro Dios y responde honestamente a su llamada.
Otra pregunta capciosa de los fariseos a Jesús. “Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?”. Jesús responde: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. Este mandamiento es el principal y primero. (Hasta aquí estaban muy de acuerdo los fariseos. Asentían orgullosamente. Pero la siguiente declaración se les atragantó). El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
La fe pide acción, compromiso, movilización. Jamás debe quedarse aprisionada en bonitas palabras y hermosas oraciones y discursos. San Pablo dice así: “A nadie debáis nada más que el amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley; amar es cumplir la ley entera”. Creemos en un amor no teórico sino muy concreto. Un amor que se hizo carne en Jesucristo y que en su vida nos anima, alienta y da ejemplo. Un amor que también en nuestra vida (actitudes, decisiones y relaciones) busca hacerse carne, concreto, tangible.
Lo explicitaré un poco más. Simplificando nuestro ser cristianos hay cuatro dimensiones ineludibles implicadas: Creer, rezar, vivir y anunciar. Creer es el acto de abrirse a Dios, es la imagen de Él que nos formamos y que nos inculcan (a creer se aprende, pero también se estudia, puede madurar). Rezar, orar, es el acto de relacionarme con Dios; ponerme ante Él y confiarle mi vida, sueños y desvelos; y pedirle que me guíe Él y nadie más, que se haga su voluntad en mí, es un abrirme a colaborar con Él y su reino. Vivir, es el acto cotidiano donde también Dios está presente y se puede encontrar. Es dejarme guiar por la ética que nace del Evangelio en mis palabras, reflexiones y obras. La fe en Cristo pide conversión, pide crecer. Anunciar es el último y necesario estadio. Comunico la Luz que recibo y no es mía, la doy gratis porque gratis la recibí. Humildemente comparto lo que a mí me ayuda.
Si no vivimos en esta dinámica de fe integrada e integradora (Amar a Dios y al prójimo, desde mis limitaciones, pero también con mis posibilidades); probablemente estemos viviendo una fe integrista, parcial e ideologizada donde otros me dicen cómo creer y qué rezar y donde excluyen al pobre, al necesitado y al emigrante cuyos gritos escucha siempre nuestro Dios compasivo. Esta tarea de conversión, de maduración, de profundización NO LA PODEMOS HACER SOLOS. Necesitamos la comunidad y la guía del Espíritu y rezar y cantar con el salmo 17: “Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador”. Ayúdanos a no ser sordos a Tu Voz y a la Voz de nuestros hermanos.
Víctor Chacón, CSsR