04 Oct “Cuando cuidar no da fruto”. Domingo XXVII del T. O.
“Mi amigo tenía una viña en un fértil collado. La entrecavó, quitó las piedras y plantó buenas cepas; construyó en medio una torre y cavó un lagar. Esperaba que diese uvas, pero dio agrazones. ¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no hubiera hecho?”. El profeta Isaías habla de la relación entre Dios (viñador) y su pueblo Israel (la viña). Lo ha cuidado, se ha esmerado en darle todos los mimos, todos los cuidados posibles: quitar piedras y malas hierbas, construir un lago para que no le falte el agua, poner una valla que la proteja, arar y oxigenar la tierra, abonarla, regarla… y aun así, fue a buscar en él fruto y no lo había. En lugar de uvas dulces dio uvas agrias (agrazones).
No hay correspondencia entre el esfuerzo del cuidador y el resultado en el campo. Muchas veces en nuestra vida tampoco hay correspondencia entre nuestro esfuerzo y el resultado (véase a veces los estudiantes con sus exámenes, los trabajadores en su trabajo, una relación familiar conflictiva…). Esto puede ocurrir por muchos motivos. En cualquier caso, es bueno que distingamos varias cosas: Una cosa es cuidar y otra distinta “dejarse cuidar” o “recibir esos cuidados”. A veces somos tan tercos y duros de mollera que nos resistimos a los cuidados de Dios y de los hermanos: no recibimos sus consejos, ni sus palabras de ánimo, ni queremos salir de nuestra situación de bloqueo… y aquí es difícil atacar, porque hay puertas que sólo se abren desde dentro. Y en nuestra mente y en nuestra alma hay muchas puertas de este tipo.
Hay situaciones de esterilidad y de poco cambio, donde se necesitan opciones valientes y romper dinámicas de muerte. Personas atadas y bloqueadas por su dependencia cada vez mayor de las redes sociales, o de la aprobación externa, o manteniendo relaciones tóxicas y de dependencia de otros… gente que vive atada a un vicio (alcohol, droga, porno… relaciones fugaces de una noche, hay numerosas aplicaciones que lo facilitan). Vivimos en la cultura del deseo y el placer, donde somos tremendamente frágiles por ser tan necesitados de gozo y placer. Es la cultura de la satisfacción inmediata de los deseos. Y se lleva muy mal eso de sembrar y no recoger fruto rápido, pero hay que aprender que los frutos necesitan tiempo para madurar, y consejo de quien sabe sembrar. Nunca recogeremos lo mejor, si no ponemos lo mejor de nosotros mismos y quitamos las malas hierbas y piedras que nos estorban. Y eso requiere disciplina y humildad, reconocerme precario y necesitado de cuidados de otros (a veces de profesionales y a veces de quienes me rodean).
Mateo 21 expone esta parábola de los “labradores asesinos”. Estaban llamados a cuidar y en lugar de eso se vuelven avaros y matan, para quedarse el botín y hacerse dueños. De nuevo, Jesús se dirige, según el evangelista a los sumos sacerdotes y ancianos de Israel… a ellos los compara con estos viñadores asesinos que se han adueñado de una tierra que no era suya y han matado al Hijo único del Padre, a Cristo. La moraleja parece clara. Según los biblistas no será la pertenencia a una institución, ni la recta profesión de fe; sino que serán únicamente las obras de amor las que clarifiquen nuestro lugar (ante el Juicio del Rey Universal). Nuestras obras hablarán por nosotros y dirán si somos trigo o cizaña. El genial obispo claretiano P. Casaldáliga profético al máximo dijo: «Al final del camino me dirán: -¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres”. Ojalá vivamos esto también nosotros. No una religión fratricida sino fraterna, humana, hermana de todos (que diría San Francisco de Asís). Salmo 79: “Ven a visitar tu viña (a nosotros). Cuida la cepa que tu diestra plantó y al hijo del hombre que tú has fortalecido. No nos alejaremos de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre”.
Víctor Chacón, CSsR