De la exclusión al amor que se arriesga y toca: “Quiero, queda limpio”. Domingo VI T. O.

“El enfermo de lepra andará con la ropa rasgada y la cabellera desgreñada, con la barba tapada y gritando: “¡Impuro, impuro!”. Mientras le dure la afección, seguirá siendo impuro. Es impuro y vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento»”. El levítico no deja lugar a dudas. Los leprosos eran segregados, marcados y señalados. Excluidos totalmente del trato con el resto de la sociedad. Se les debía reconocer fácilmente para poder apartarse de ellos. Eran rechazados a causa de su enfermedad.

Estaría bien que para entender este evangelio hiciéramos el ejercicio de pensar quienes son para mí los “impuros”, los que deben ir marcados y ser echados fuera de la sociedad. Aquellos que me resultan molestos por cómo son, cómo visten, cómo votan, cómo hablan… Está bien que los identifiquemos y les pongamos nombre o al menos categoría… y digamos “no soporto a estas personas…”, “me gustaría no verlas, que no existieran o que existieran lejos, donde yo no las viera…”.

Ahora es bueno que leamos el Evangelio de nuevo y veamos a Jesús en su diálogo con el leproso: Éste le dice: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido, extendió la mano y lo tocó diciendo: «Quiero: queda limpio». LO TOCÓ, ¡LO TOCÓ! Nadie tocaba jamás a un leproso. Jesús es muy arriesgado, muy valiente y muy inconsciente. ¿No temía contagiarse? ¿O simplemente le pudo más el corazón? El verdadero milagro es éste, recuperar el contacto humano. Tener un gesto de afecto y cercanía con gente a la que nadie tocaba ni se acercaba hacía años… El hambre de afecto, de cariño que tendrían estas personas sería increíble y Jesús, va y levanta esa barrera, la rompe. Permite el contacto. Le da igual que griten de sí mismos “impuro”, “impuro”… para él todos son hijos de Dios, amados del Padre, salidos de sus entrañas. ¿Puede Dios olvidar a sus criaturas a sus hijos amados? ¡Imposible! Jesús lo sabe y por eso toca y abraza al leproso. Sin miedo y sí, con mucho amor.

Moraleja de esta parábola: Dios te ama hasta con tus peores pintas y en el peor de tus momentos, cuando “casi eres leproso”, marginado y rechazado por otros. Aún así te querría. Y ojo, querido hermano, podemos vivir creando excluidos o integrando, como Jesús. Siendo capaces de aceptar diferentes modos de sentir y pensar o con una postura fanática que sólo permite la verdad en los que piensan como tú y se enfrenta al resto.

Dice Pablo: “No deis motivo de escándalo ni a judíos, ni a griegos, ni a la Iglesia de Dios; como yo, que procuro contentar en todo a todos, no buscando mi propia ventaja, sino la de la mayoría, para que se salven”. Esta clave de San Pablo también nos puede dar luces. Buscar el bien de la mayoría, alejarse de una existencia egoísta que sólo mira por sí mismo. La vida cristiana es “vida para los demás” o no es muy cristiana. Corazón creyente, manos abiertas y unidas que ayudan al pobre, al hambriento y lo sienten como hermano.

Víctor Chacón, CSsR