20 Oct ¡Déjate salvar hermano! (Dom XXX del T.O.)
La profecía de Jeremías por fin se torna en una profecía de gozo y salvación: ¡Dios ha salvado a su pueblo! a su pequeño y débil pueblo, Israel. Pero es una gracia que se recibe entre lágrimas: “Vendrán todos llorando y yo los guiaré entre consuelos; los llevaré a torrentes de agua, por camino llano, sin tropiezos”. La salvación requiere humildad para atender, escuchar y dejarse guiar. Necesitamos activar las pasividades porque la vida espiritual se conjuga muchas veces en pasiva. Dejando hacer a Dios, fiándonos de Él, de sus tiempos, de su Palabra y buscando antes que nada su Voluntad. Y para que esto ocurra hemos de desactivar ese “piloto automático”, esa permanente aceleración de actividades en la que muchos de nosotros vivimos.
Las lágrimas son necesarias para que después el gozo sea profundo y sincero, esto nos invita a pensar el salmo 125: “Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas”. Vamos con la semilla en la mano y alguna que otra lágrima en los ojos. La siembra siempre es fatigosa, ardua, no es inmediata y ¡hay tantas cosas en contra a veces! Pero aun así, el Señor nos llama a sembrar, a fiarnos de Él que es el Sembrador bueno y el dueño de la Viña, y lanzar la semilla.
Del pasaje de la curación de Bartimeo subrayo esto: “Lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más fuerte” ¿Cuánto estás dispuesto a gritar tú? Es importante que te lo preguntes. Porque nos han enseñado a ser fuertes y autosuficientes, pero no a ser débiles y precarios. Y al menos, a nivel espiritual, la mayor parte de nuestra vida la pasamos «envueltos en debilidades» como dice Hebreos, y necesitados de apoyos. Y no sabemos pedir ayuda, nos cuesta, incluso creemos que no la merecemos… ¿para qué molestar a nadie? Qué absurdo. ¿Como que para qué molestar? Si para eso estamos los hermanos en la Iglesia y los pastores, para acoger, escuchar y comprender. Como dice la carta a los Hebreos respecto a los sacerdotes: “Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, porque también él está sujeto a debilidad”. Os comprendemos profundamente desde nuestras debilidades. Nada humano nos va a escandalizar o sorprender o herir. Pues como un buen amigo me dijo en una ocasión, “tu debilidad no hiere a Dios”. Pero tu conversión y tu deseo de caminar sí que lo llena de gozo y alegría. No nos abandonemos a nosotros mismos. No descuidemos nuestra vida de fe, como si todo valiera. El creyente sincero anhela, busca, anda inquieto y no se conforma fácil. Que también nosotros nos inquietemos ante la pregunta de Jesús, ¿Qué quieres que haga por ti? Y si no sé hallar la respuesta pide ayuda, pero no te quedes en la tristeza. Dios desea llevarte -con su Pueblo- a los caminos de la salvación.
Víctor Chacón, CSsR