“Despójate de ti. Vístete de la gloria de Dios”. Dom. II de Adviento

 

En este segundo domingo de Adviento nos sorprende Baruc profetizando así: “Jerusalén, despójate de tu vestido de luto y aflicción que llevas, y vístete las galas perpetuas de la gloria que Dios te concede. Envuélvete en el manto de la justicia de Dios…”. Es tremenda la llamada a la conversión que hace Baruc a Jerusalén. Clara, directa y hermosa, sutil. Despójate de tu tristeza, porque esa tristeza que te pesa no es de Dios, sino fruto de tu ambición y tu pecado, de tus obsesiones mundanas. Despójate. Suelta lastre. Las personas pasamos la vida acumulando cosas: ropa, libros, muebles, objetos… Los misioneros lo sabemos bien, cada vez que nos toca hacer mudanza y afrontar un nuevo destino toca despojarse de todo, reducir equipaje. ¡Y qué sano es hacerlo! ¡Dios te libera de tantas cosas! Te libera de tus fracasos y también de tus éxitos, te invita a empezar de nuevo, en otro lugar. Sin muchas seguridades, sin mucho equipaje, para que te fíes sólo de Él y de nadie más. A veces hasta con el propio pecado Dios nos despoja de nuestro orgullo y nos regala la humildad y una confianza más sincera en Él. Como dice Pablo “todo ocurre para el bien de aquellos que aman a Dios”. Así es. Bendito sea Dios. Él nos despoja de nuestro luto, de nuestras tristezas y falsas seguridades. Y desea vestirnos de “las galas perpetuas de su gloria”. “Dios mostrará tu esplendor a cuantos habitan bajo el cielo”, pero recuerda, ése esplendor sólo acontece cuando te pones en sus manos, te despojas y le dejas hacer, le dejas Ser en ti. Es la misma certeza que expresa hoy la carta a Filipenses: “Ésta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros esta buena la obra, llevará adelante hasta el Día de Cristo Jesús”. Esta oración se hace en la oración diaconal y presbiteral. Pedimos que Dios lleve adelante su obra en la vida del ministro, del hombre, que actúa en su nombre.

Es bueno que nos preguntemos este domingo: ¿Quién guía mi vida? ¿Quién o qué me orienta? ¿Y hacia dónde me lleva? Porque puede variar mucho el rumbo dependiendo del capitán que esté al mando y de la carta de navegación que haya. O de su ausencia, lo que supondría navegar a la deriva.

Lucas nos presenta a Juan Bautista en su evangelio. Lo conecta con el profeta Isaías. Nos dice que el Bautista no solo llama a la penitencia y al bautismo de agua, sino a la espera activa del Señor, de su venida. ¿Espera nuestra vida a Dios, le busca? ¿O estamos buscando en otros lugares? Ojalá reconociéramos en Jesús el agua que sacia de verdad y quita la sed para siempre (como la Samaritana), frente a las otras aguas que siempre vuelven a dar sed.

El bautismo de Juan sella la decisión personal de poner toda la vida bajo el juicio de Dios (su justicia), y no esperar más que en su perdón. Quien actúa con corazón sincero no ha de temer al juicio de Dios, a su revelación total, porque el Señor mostrará la Verdad. Y pedirá a cada cual según sus capacidades y según sus posibilidades. “Él modeló cada corazón y comprende todas sus acciones” (Sal 32). Dios nos comprende ¡a todos! Tenemos un Dios comprensivo, paciente y Bueno. Por eso la invitación de Juan Bautista es a fiarnos de Dios y construir una vida nueva, que resurge de las aguas del bautismo, apoyado en Él, en su Palabra. Una vida bañada en su gloria, vida despojada de lo mundano, vida revestida de su gracia y de su Amor.

Víctor Chacón, CSsR