02 Nov Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Y tuyo y mío. Dios de todos. Domingo XXXII del T. O.
Ser creyentes no puede ser otra cosa que ir cultivando, poco a poco, una dulce relación de intimidad con el Señor. Como la que el salmista refleja: “Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme. Yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante”. Al despertar ya estaré frente a ti, “serás lo primero que vea” dice el salmista. Lo primero que guste. Por eso podré cobijarme en ti. Refugiarme bajo tus alas. O como dice 2ª Tes: Que “Dios consuele vuestros corazones y os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas”. Necesitamos de su consuelo y de su fuerza todos, ninguno podemos nada solos. Somos seres que caminan desde su debilidad, pero sostenidos por la fuerza de Dios.
La viuda de los siete maridos además de ser un caso rebuscado de los saduceos para negar la validez de la resurrección, es una pregunta trampa. Busca cazar a Jesús y hacerle caer en el absurdo o el ridículo. Sin embargo, más allá del caso de la que enviudó siete veces, se encuentran con una enseñanza de Jesús sobre la vida eterna: “En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán”. El matrimonio queda, según Jesús, contextualizado a este mundo y a sus circunstancias. No tiene sentido hablar de matrimonios en el cielo, donde todos viviremos otros afectos renovados y transfigurados a la luz de la resurrección de Cristo. No habrá relaciones de exclusividad, sino que por fin seremos libres y capaces de sostener una fraternidad universal total. Amaremos a nuestro prójimo como a Dios y a nosotros mismos, y en ello encontraremos profunda paz y gozo. Por eso el matrimonio será estructura caduca.
Hay un detalle más especialmente interesante Jesús alude al pasaje de la zarza en el que Moisés llama a Dios: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos”. El rabino Skorka -de Buenos Aires- tenía largos y amistosos encuentros con Bergoglio cuando era cardenal de Buenos Aires y en uno de ellos, el rabino, comentó este pasaje diciendo: el sustantivo Dios va acompañando a cada uno de los grandes patriarcas y es una repetición necesaria (Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Moisés). Es necesaria porque cada uno de ellos se relacionó con Dios de una forma diferente, tuvo su propio camino para llegar a Dios. Esta enseñanza me parece esencial para evitar el fundamentalismo chato. Los fanáticos son gente de mirada corta y pensamiento estrecho que saben muy poco y repiten demasiado lo poco que saben, reduciendo siempre todo (el Bien y la Verdad) únicamente a lo que ellos/as opinan, a su manera de ver o hacer las cosas, ¡algo demencial!
Los patriarcas tuvieron una relación personal y única con Dios, cada uno diferente. ¿Cómo es tu relación con el Dios vivo y de vivos? ¿Qué haces? ¿Cómo le rezas? No hay un único camino válido para llegar a Dios. Por eso cuidado a los que te vendan recetas milagrosas como si fueran el único bien posible. Un místico de la talla de San Juan de la Cruz decía que los versos de su Cántico espiritual él declaraba las verdades “en su anchura” para que cada quién las aproveche “a su modo”. Es decir, entendía que no había una única interpretación buena de sus versos, de aquel cántico y animaba a hacer distintas visiones. Esto es sano, tener diversas visiones, diversos enfoques. No quedarse solo en uno y único. Ampliar mi mente, desarrollar aprendizajes nuevos. El Evangelio de este domingo nos llama a crecer, a no quedarnos, como los saduceos en lo ya aprendido y caigamos en tratar de ridiculizar al que piensa diferente, en este caso ¡hasta al mismo Jesús!
Víctor Chacón, CSsR