DIOS NO SUSPENDE LA FIESTA, DOM. XXVIII T.O.

Estamos en tiempo de provisionalidad y, por qué no decirlo, de desconcierto también. Hasta los políticos nos ponen difícil saber a qué normas atenernos. Y si no, que le pregunten a los madrileños. En cualquier caso, si algo caracteriza este tiempo de lo provisional es que todo está “cogido con pinzas”, nada es estable, seguro ni permanente. No hay certezas. Caminamos en arenas movedizas continuamente. Los encuentros profesionales o familiares serán o no, o serán online o se posponen. Aquí es donde llama la atención la lectura de este domingo. El banquete, símbolo bíblico del tiempo nuevo que Dios inaugura, y que se celebrará sí o sí. Con los invitados iniciales o con otros, pero se hará.

El tono fundamental de la parábola es la alegría. Estamos en una fiesta, no hay duda. Como dice Isaías será algo inolvidable: “un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares exquisitos, vinos refinados”. Y aún así, algunos invitados rechazan estar allí, ¡qué misterio! ¿no? El cambio de invitados parece aludir a la acogida de la predicación de Jesús. Recordemos que la parábola de Mateo se dirige de nuevo a sumos sacerdotes y ancianos (clases influyentes de su época). Y Jesús, en cambio, halló mayor acogida entre el pueblo campesino, entre pobres, paganos, pecadores y enfermos. De la élite de su tiempo solo obtuvo rechazo, al igual que los mayordomos de la fiesta de los primeros invitados. De este modo la parábola se convierte en una poderosa advertencia a las élites de su tiempo. ¡Cuidado porque la fiesta puede empezar sin ti! Y tú andas afanado en tus cosas: campo, finca, negocios, etc. Es la acogida del reino la clave que está en juego. Como dijo San Agustín, “Dios que te creó sin ti (sin tu ayuda), no te salvará sin ti”. Dios necesita, desea contar con nuestra voluntad, no es un banquete-salvación obligatorio. Estará quien desee estar.

El versículo 7 nos desconcierta, “El rey montó en cólera y prendieron fuego a la ciudad”. Es una alegoría de Jerusalén, ciudad destruida en el año 70. En ella, en su templo, tenían todo su orgullo y seguridad puesta los poderosos. Y desapareció todo. Es otra advertencia. Cuidado hermano dónde te apoyas, todo lo terreno pasará.

Al banquete de Mateo, después del rechazo de los primeros invitados, acuden todos: malos y buenos. Trigo y cizaña no deben ser arrancados antes de tiempo. Paciencia. Por eso el anfitrión, acompañando sus invitados repara en uno que no iba vestido correctamente, toda una ofensa. No se refiere al vestido físico ciertamente, es una metáfora. Habla, como en otros pasajes bíblicos del vestido de las buenas obras, de los frutos que todo creyente ha de presentar a Dios en el momento final. Con nuestras obras nos podemos hacer dignos, pero también indignos. ¡ojo! Sólo buscar la voluntad de Dios nos viste adecuadamente para este banquete. Solo así nos uniremos a la alegría sin fin del Reino de Dios.

Víctor Chacón, CSsR