
27 Jun Domingo 29 de junio, Fiesta de San Pedro y San Pablo Apóstoles
Byung-Chul Han acaba de recibir el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2025. El filósofo señala que ya no vivimos en una sociedad disciplinaria, sino en una sociedad del rendimiento. En lugar de obedecer a una figura de autoridad externa ahora nos explotamos a nosotros mismos en nombre de la libertad, de la productividad, del desarrollo personal. Esto, lejos de liberarnos, nos agota. La presión no viene de arriba, sino de dentro. El sujeto contemporáneo no necesita ser vigilado: él mismo se monitoriza, se optimiza, se compara e incluso se castiga. Todo se convierte en proyecto: el cuerpo, la alimentación, la carrera profesional, incluso el ocio. El resultado es una epidemia silenciosa de fatiga, ansiedad, colapso y depresión. Esta es la realidad, el humus, en el que estamos plantados en Occidente. De esta tierra tomamos nutrientes…o aridez.
No creo que el salmista del salmo 33 estuviera pensando en ello, en que rezar a Dios nos iba a liberar de la “autoexplotación”, pero la realidad es que lo hace: “Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias. Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. El afligido invocó al Señor, él lo escuchó y lo salvó de sus angustias”. Es cierto que la fe nos activa y nos pone en movimiento, pero siempre parte de una Aceptación radical, de un sabernos amados sin condiciones ni cláusulas, totalmente, radicalmente, esencialmente. No tenemos que “dar la talla” ante Dios o impresionarle. Él ya sabe lo que somos y valemos, mejor que nosotros mismos. Nos ama con nuestras imperfecciones y no a pesar de ellas. Así amó a Pablo y a Pedro. Aceptando su humanidad y sacando lo mejor de ellos mismos. Eres aceptado, eres siempre amado por Dios, no lo olvides.
Pablo, cansado, escribe a Timoteo esto: “He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Mas el Señor me estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león. El Señor me librará de toda obra mal y me salvará”. Se mezclan certeza y deseo. Pablo agradece haber llegado tan lejos en su vida, en su “carrera” y reconoce la ayuda inestimable de Dios, su mano y su bendición con él. Le ha concedido proclamar su mensaje y llegar a muchos lugares. Ha sido don y gracia, regalos del cielo. Es bueno que me pregunte: ¿Qué ha hecho ya Dios en mi vida, a través de mí? ¿Qué quiere Dios hacer aún en mi vida, y a través de mí?
Jesús se dirige a sus discípulos con contundencia, apelando a su experiencia y visión personal: Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Pedro hace esta confesión de fe movido por el Espíritu Santo. Pedro se deja configurar por su fe en Cristo. Reconocer a Jesús como Señor cambia sus prioridades. Y así, recibe también un nombre nuevo y una misión nueva, la de Piedra que sea roca y fundamento de la Iglesia, cimiento de la casa de Cristo. Cimiento de una casa donde caben todos los hijos de Dios y donde el poder del mal no prevalecerá.
¿Jesús sabía de la futura traición de Pedro en las negaciones? Si no lo sabía, lo podía intuir. En cualquier caso, Pedro es elegido y amado desde su debilidad. Y ha de aprender a amarse y aceptarse a sí mismo desde su debilidad -tal y como le ama Dios- sin idealizarse ni creerse superhéroe. Pablo señala en otro lugar en una de sus cartas “muy a gusto presumo de mis debilidades, porque cuando soy débil actúa en mí la fuerza de Cristo”. Cuando me sé débil, me apoyo en Cristo, no pretendo hacer las cosas yo solo, tozudamente y de modo soberbio. Busco el apoyo de Dios. En esta experiencia de su radical debilidad y apertura a la gracia, coinciden Pablo y Pedro. Vivirlo así y aceptarlo les llevó a la santidad que hoy celebramos. No pretendas ser perfecto, no quieras ser de oro o plata o piedras preciosas… acepta que eres de barro y deja al Dios alfarero trabajar en ti. Verás milagros.
Víctor Chacón, CSsR