Domingo de la Santísima Trinidad: Amor que desciende y salva

El pasaje que nos acerca a Dios en esta fiesta de la Trinidad tiene varias cosas llamativas: “Moisés madrugó y subió a la montaña del Sinaí (…) El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí”. Moisés sube, tiene un camino de ascensión y esfuerzo para llegar a Dios… Y Dios baja a su encuentro, Él desciende, éste es el movimiento compasivo del Dios de Jesucristo y del Espíritu. Descender, siempre descender, y acercarse. Cuidado a vivir una religión que solo busque “éxtasis místicos” y “cosas elevadas” olvidando al Dios que desciende de las nubes, pisa la tierra, se mancha las manos y toca a leprosos, enfermos, pecadores y pobres. Una religión que separe de la tierra, un misticismo que cierre los ojos (y no quiera abrirlos a ciertas realidades), una actitud de supuesta superioridad de los que creemos, jamás concuerda con la fe el Dios Abba-Espíritu del que Jesús nos habla y del que se nos presenta como “Hijo”.

Llamativo es también el modo que emplea Dios para presentarse, aquello que dice al pasar junto a Moisés: «Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad». Así desea ser conocido, ésta es su carta de presentación y sus apellidos: “Dios misericordioso y fiel”. Hésed y êmet (en hebreo) El Dios de la compasión, que tiene hesed (o entrañas) y êmet (el Dios fiel y auténtico, veraz, que no engaña porque no puede contradecirse a sí mismo: él es el Dios que da la vida, crea, confía, renueva y da libertad a los suyos). No hay mejor definición de Dios que estas dos palabras profundamente bíblicas y que se repiten constantemente en el Antiguo Testamento.

Pablo nos da una fórmula trinitaria que causó éxito y es muy usada en la liturgia para invocar a Dios: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos vosotros”. Asocia a cada persona de la Trinidad a un don fundamental: La “gracia” a Cristo, que es el Salvador, el que viene a desatar en nosotros una dinámica nueva -de luz y salvación- unido el Espíritu. Al Padre, creador de todo, le atribuye “el Amor” -la cualidad básica de Dios, que todo lo hace por amor. Por Amor el Padre da la vida y la salva junto al Hijo y al Espíritu. Y al Espíritu Santo, que es el santificador, le atribuye la “comunión” (virtud esencial de la Iglesia, de los discípulos de Cristo). Él reconcilia a los diversos con su perdón en la misma familia unida, la Iglesia, en torno al Padre y a la fe en Cristo.

“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Abandonemos los discursos del juicio y el miedo al fuego del infierno… no porque no sea posible alejarse de Dios y perder su luz y su presencia (que eso sería condenarse) sino porque son discursos estériles que no conducen a nada bueno y menos aceptados y entendidos que nunca son hoy. San Alfonso Mª, doctor de la Iglesia, dice: “Las conversiones que provoca la predicación del miedo, duran mientras dure el miedo; las conversiones por amor son las que duran para siempre”. Solo un discurso de fe propositivo, alentador, que anime y haga ver la belleza, la bondad, la verdad y la unidad perfecta de Dios puede mover a un cambio real y serio del corazón humano. El problema hoy está en que Dios propone plenitud-salvación; y las personas hoy buscan salvarse a sí mismas. Hoy se lleva el “sálvese quien pueda”, el “tú sé inteligente, mira por ti y defiende tus intereses” (caiga quien caiga, pises a quien pises…) y esto es terriblemente anticristiano y antihumano. ¿Qué significa dejar que Dios me salve? Primero, no pretender salvarme yo. No hacer de mí mismo el fin último de mi vida. El cristiano ha de aprender a cuidarse sí, pero viviendo para los demás y para Dios. Preocupándose de tener una existencia abierta al prójimo, al cercano, y al Dios que descendió de la nube y se pasea oculto por la tierra en mil lugares y personas. Dejar que Dios me salve es orar pidiendo al Espíritu luz y entendimiento, escuchando la Palabra de Dios como si fuera la primera vez, recibiendo como un niño la novedad de Dios y no creyendo que ya sé, ya hago, ya tengo conseguido no-sé-qué cosas muy importantes. Humildad y apertura al misterio, esto nos pide el Dios que baja y se hace pequeño. Confiar y dejarse hacer por Él.