26 Nov Domingo I de Adviento: “Ya es hora de despertaros del sueño, la salvación está cerca”.

La profecía de Isaías abre el Adviento y nos enseña: “Venid, subamos al monte del Señor,
a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas… De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra”.
Isaías sitúa el templo, la casa de Dios, en un monte, elevada. Eso implica subir una montaña, alejarse de otras poblaciones, si la subida es dura, quedar casi sin aliento del esfuerzo y también ganar en visión -elevados- sobre los alrededores. La fe es este esfuerzo fatigoso y cansino de subir una montaña, se requiere decisión y disciplina, un paso después de otro y así se llega lejos. Vencer la pereza y la comodidad. Para disfrutar de las vistas y de la presencia de Dios, hay que subir la montaña.
Así también Pablo a los Romanos: “ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. (…) Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada de riñas y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo”. Por un lado, despertarse, dejar de vivir en el sueño. Aprender a vivir desde lo real, sin idealizar nada, sin buscar sueños dorados o imposibles. Por otro aprender a vivir “con dignidad” dice San Pablo, sin entregarse a ninguna pasión o exceso. ¿Con qué llenas tus vacíos? ¿con comida, bebida, sexo…? Mejor aprende un nuevo modo de vida, donde no necesito más, ni abusar de nada. Ya tengo lo necesario para ser feliz. No dependo de comer mucho o beber mucho. Para llenarme de verdad he de reconocer mi vacío, que no me basto a mí mismo y que nada aquí abajo en la tierra me va a llenar completamente. Sólo Dios puede hacerlo. “Revestíos más bien de Jesucristo”, aprended su modo de vivir: libre y liberador, sin atarse a nada pero comprometiéndose con todos.
Evangelio de San Mateo: “estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”. La vigilancia es una actitud importante, es sinónimo de la “atención”. Hay una gran diferencia entre las personas que están atentas a los demás y las que no lo están (van a “lo suyo” o están en “su mundo”). La atención es una cualidad del amor. El amor verdadero es atento, pone atención a los detalles, se esmera, se esfuerza, se entrega… Al que no ama le da igual todo, no espera nada ni a nadie. No le entusiasma la vida, la desgana y la apatía le poseen. La invitación a la espera del Adviento es invitación al amor, a un amor atento, que busca, que desea, que se prepara… deseando que llegue por fin la visita esperada. A esta visita no hay que tenerle miedo, quien viene es amigo y hermano, muy amado. Su presencia será gozo y luz, sin duda será paz y plenitud. Para esto nos preparamos. Feliz Adviento.
Víctor Chacón, CSsR