
13 Mar Domingo II de Cuaresma: LA FE NOS LLEVA AL ÉXODO, EL ÉXODO A LA ENTREGA, Y LA ENTREGA A LA LUZ.
Génesis nos recuerda este domingo de Cuaresma la historia de Abrahán. Cumplir su sueño y fiarse de la promesa de Dios (descendencia abundante como las estrellas y tierra buena y fértil) le obliga a salir de su tierra, de su pueblo y peregrinar. “Abrán creyó al Señor y se le contó como justicia. Después le dijo: «Yo soy el Señor que te saqué de Ur de los caldeos, para darte en posesión esta tierra”. A veces queremos llegar a tierras nuevas, sin abandonar las viejas, sin dejar de habitar los viejos lugares y dejar las viejas costumbres. La “metanoia” (conversión) que pide la Cuaresma en nuestro caminar, es cambio, mudanza. Y contiene la idea de girar el cuerpo, no solo la cabeza o la mirada… sino un giro total y verdadero que suponga caminar en otra dirección. Para que el cambio sea auténtico se tiene que abandonar la tierra conocida, las propias seguridades, y abrirte a otros terrenos a explorar desde la incertidumbre, pero también guiados por la fe como Abrahán.
En el salmo le decimos hoy a Dios con el salmista “Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro”. ¿Buscamos realmente el rostro de Dios? ¿Nuestra vida puede decirse que realmente está en búsqueda, anhelante, esperando algo o ya nos procuramos nosotros todo? Dicen por ahí que “quien no conoce a Dios, a cualquier santo le reza”. Creo que hay mucha búsqueda equivocada en nuestras vidas, mucha respuesta precipitada que busca acallar las verdaderas preguntas, las heridas que piden ser curadas, los vacíos que claman sentido verdadero. Necesitamos buscar a Dios y fundamentar cada vez más nuestras vidas en Él, en su Palabra, en su reino. Vivir con trascendencia y no buscando instalarnos mejor “aquí abajo”. ¿Cómo soluciono el miedo o la ansiedad, la soledad o el estrés? ¿A qué acudo: pastillas, terapia, comer, deporte…? No cualquier solución es igual, ni todas son inocuas… algunas me pueden terminar haciendo daño o creando un malestar aún mayor.
Pablo a los Filipenses: “hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas; solo aspiran a cosas terrenas”. Enemigos de la cruz son quienes son incapaces de hacer sacrificios por nadie, ni por los demás, ni por Dios ni tan siquiera por sí mismos. Y lo siento, sin sacrificio no hay amor real. Ni al prójimo, ni a Dios ni a sí mismos. La disyuntiva es vivir en modo “ego” o en modo “Cristo”, capaces de sacrificarnos. Sacrificium procede del latín “sacrum facere”: acto sagrado. Los sacrificios eran las ofrendas a Dios hechas sobre el altar: hablan de entrega, de oblatividad, de ofrenda, de generosidad… te quitas algo para dárselo a Dios. O te quitas algo para dárselo a los pobres, a tu familia, a tus amigos. Podemos vivir en lógica egoísta, buscando acaparar, siempre insatisfechos, siempre a disgusto. O en lógica de Jesús, de entrega y oblatividad: TODO ES GRACIA, todo es bendición, no espero nada, no busco nada y todo lo que venga será una sorpresa y una bendición. No vivo pensando, midiendo ni calculando. Vivo dando y ¡oh milagro santo! Siempre me sobra. Dios es generoso y no deja que mi cuenta esté a 0.
Subamos al monte con Jesús. “Dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén”. Hablaban de su éxodo dice San Lucas. ¿Qué éxodo iba a ocurrir en Jerusalén? Pues… su pasión. Su entrega total asumiendo el sufrimiento, la condena y la cruz.
“Pedro dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía lo que decía”. Pedro tiene esa tentación tan humana de vivir huyendo del dolor, del sufrimiento. Prefiere hacer tres tiendas en aquel lugar precioso en el monte. Y olvidarse de los enfermos que seguían a Jesús, de los leprosos y prostitutas, de la gente pobre y pecadora que necesitaba una esperanza. ¡Ay Pedrito, cómo te entiendo! Te gusta la dolce vita, sin muchas complicaciones, divertirte y pasarlo bien con tus amigos, con Jesús… pero es que creer en Jesús te va a llevar a otro lugar y te va a pedir entregar la vida. Jesús lo da todo, pero cuando hay confianza, te lo pide todo también. ¿Cuál es el éxodo que Dios te pide a ti? ¿De dónde te pide salir? ¿Hacia dónde crees que te lleva?
Víctor Chacón, CSsR