DOMINGO II de Pascua: DEL MIEDO AL GOZO Y LA VALENTÍA, CICATRICES DE LUZ. 

 

Apocalipsis: “Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia en Jesús, estaba desterrado en la isla llamada Patmos a causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús”. Me parece importante y significativo el saludo de Juan en su exilio en la isla de Patmos. “Soy vuestro compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia”. En las tres cosas. Los creyentes no podemos caer en discursos bobos, ingenuos y triunfalistas. Quien sigue a Jesús se complica la vida y va a molestar a alguien. Las opciones del compromiso con el evangelio van a despertar recelos. Si no… que se lo digan a Francisco, que coleccionaba una retahíla de opositores y detractores que ahora lo elogian. Defender la justicia y comprometerse en la denuncia de situaciones injustas, no poner en primer lugar mi comodidad y mis intereses, va a suponer incomodidades y también -como señala Juan- tribulaciones. Importante no olvidarlo ni huir de ellas, por coherencia. Perseveramos, aprendiendo del maestro de la perseverancia que fue Jesús. Él no quería beber el cáliz de su pasión, pero lo bebió. Por honestidad, coherencia y compromiso con todos los sufrientes de la tierra. 

“Con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros»”. Me encanta recordar que el punto de partida era malo, muy malo: el miedo y el encerramiento. Las puertas y ventanas cerradas por miedo a ser descubiertos. Lo que suscita el Espíritu es lo contrario: la valentía, la parresía, que es entrega y generosidad sin miramientos. Un “no poder callarse” porque la noticia que llevo dentro tiene que ser anunciada, me alegra, me llena y desborda. Y no puedo entrar en cálculos mezquinos de las consecuencias que me trae anunciarle o dar testimonio de mi fe. El miedo no viene de Dios sino del Maligno, que quiere que los creyentes se callen, que no hablemos. La valentía y el atrevimiento es lo que viene de Dios. El espíritu que posee a los profetas y que les hace no poder callarse, no poder dejar de anunciar la presencia y salvación de Dios. Invoquemos este espíritu y dejemos que nos posea en la Iglesia, como hizo Francisco. 

“Y les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo»”. Es importante no olvidar las cicatrices de la Pasión, siguen ahí, cuentan una historia de sufrimiento y dolor, pero ya redimido. Ya son cicatrices llenas de Luz y de gozo. Hablan de la muerte vencida, del dolor superado, de los gritos que ahora son de alegría, de regocijo por el poder de Dios. Normal que los discípulos “se llenaran de alegría al ver al Señor”, todo volvía a cobrar sentido. Y Jesús les pide volver a salir a testimoniar. No quedarse para sí el gozo que Dios les regala. ¿Eres feliz? ¿La fe te ayuda a vivir y a guiarte? Compártelo, no te calles. No te escondas.  

“Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados”. Jesús da a sus discípulos el don pascual del Espíritu. La fuerza de Dios, el amor de Dios hecho energía, fuerza transformadora de nuestras vidas. No caminamos solos. Tenemos que entrenar para dejar que este don sanador del Espíritu domine, guíe e inspire más nuestras decisiones y pensamientos, nuestras obras y palabras. El Espíritu capacita a los apóstoles a perdonar los pecados, a continuar en comunidad la obra de Jesús que es sanación, perdón y reconciliación. 

Víctor Chacón, CSsR