Domingo III de Pascua: HECHOS PARA LA ALABANZA, LA INTIMIDAD Y EL AMOR OBLATIVO

 

El apocalipsis señala que “todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar, que decían: «Al que está sentado en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos»”. Desde la fe, estamos hechos para la alabanza. En el encuentro final con el creador y redentor, y con el espíritu santificador, solo nos quedará vivir en el gozo de su amor alabando, agradeciendo y dándole gloria. Cuanto antes aprendamos este lenguaje de la alabanza, la gratitud que nace del corazón ensanchado y que contempla la bondad de Dios; y menos vivamos desde los méritos, las inseguridades personales, la búsqueda insana de “perfección”; muchísimo mejor. Antes estaremos entrando en la vida del cielo. Será un anticipo que Dios nos regala en su bondad.

“Echaron la red, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor»”. El discípulo amado sabe reconocer la presencia del Señor, sabe verle. Si nos cuesta ver y percibir al Señor en nuestra vida, quizás sea porque nos falta intimidad con él, tiempo de sentirnos amados y cuidados por él. El sentido de la oración es éste, no el “hacer méritos o puntos” ante Dios; sino estar con el amigo, tener intimidad, el regalo de su presencia y así aprender a reconocerle. La oración es un regalo que Dios nos hace, nos da su intimidad.

Hay un diálogo reparador en el que es necesario detenernos: “Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos»”. Jesús da a Pedro la oportunidad de renovar su amor tres veces, para reparar la triple negación de la pasión. Es como si le dijera, “Pedrito, deja de sentirte culpable ya, solo dime que me quieres tres veces y nos olvidamos de aquello ya”. La pregunta que renueva el amor lleva aparejada una misión, porque esta es la dinámica propia del amor. No un amor de purpurina y flores, arcoíris y corazones. Sino un amor que cuida, acaricia, acompaña y sostiene, se da y se gasta en el otro. Eso significa “apacienta mis corderos”, hazte cargo de los míos Pedro, cuida a mis ovejas. Recuerda que eres pastor, y tu amor es cuidar de ellos.

Con la edad viene la entrega total, el dejarse hacer total, Jesús nos lo advierte: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras». Es un aprendizaje propio del amor y la entrega, de quien ya sabe de sobra sacrificarse, entregarse y darse. Ya no importa dominar, ni que se haga lo que yo digo siempre, ahora soy capaz de dejarme hacer, de valorar que lo importante y lo que me une a Dios es SER. Y desde el ser, aprender a vivir, escuchar y hablar a los demás. Los que se preocupan más por sus familias que por sí mismos, los capaces de reconciliar e interceder. Los que no buscan protagonismo ni apropiarse de méritos ajenos… Que Dios nos ayude a ir avanzando por este camino de generosidad, entrega y anonadamiento… porque la alternativa no es muy buena ni cristiana.

Víctor Chacón, CSsR