Domingo III del Tiempo Ordinario: “EL GOZO DEL SEÑOR ES VUESTRA FORTALEZA”.

 

El gobernador Esdras y el escriba y sacerdote Nehemías hablaron así al pueblo: «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene, pues es un día consagrado a nuestro Dios. No estéis tristes, pues el gozo en el Señor es vuestra fortaleza». Y es que “todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la ley”. Esdras y Nehemías animan al pueblo a vivir el día de sábado, como día de gozo y fiesta. De celebración y gozo en el Señor. Superad la tristeza, pues tenéis a Dios y su Palabra que os guía, no estáis solos y no estáis perdidos. ¡Celebradlo! Ha habido en el pasado una mala predicación de la fe en la que parecía que cuanto más serios y compungidos, mejor creyente se era. Cuanto más se hablase de sacrificio, de pecado y de indignidad e impureza… más se iba sobre seguro… Este discurso cenizo se olvida de muchas cosas, sobre todo de Dios, de su misericordia, de la fe en su gracia que actúa y salva, de la inteligencia y los dones que Dios ha puesto en el ser humano para escucharle y seguirle. Nos fiamos del Dios resucitado, que vence a la muerte y desciende a los infiernos para salir de ellos y darnos la Esperanza plena, la Vida plena, a su lado. «Andad, comed buenas tajadas, bebed vino dulce y enviad porciones a quien no tiene: No estéis tristes. El gozo del Señor es vuestra fortaleza».

“Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu (…) Cuando un miembro sufre, todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos se felicitan. Pues bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro”. Pablo nos deja esta reflexión profunda y muy seria sobre lo que significa ser cristiano, seguidor de Jesús y pertenecer a su Iglesia: ser personas de comunión, capaces de comunión con el diferente (judíos y griegos, esclavos y libres), compasivos y capaces de alegrarnos con el prójimo. Y por último, parte del cuerpo de Cristo. Nuestra vida es sagrada. El reto está en vivir así, sabiendo que somos sagrados nosotros y también nuestro prójimo. Hay gente que se arrodilla con facilidad ante el cuerpo de Cristo Eucaristía, pero no es capaz de arrodillarse ante un hermano que sufre o un pobre… y ¡ellos también son cuerpo de Cristo! Nos lo acaba de decir San Pablo. Triste incoherencia. Cristianos a medias. Cristo también quiere ser amado y adorado en la humanidad, no solo en las custodias y sagrarios. La liturgia de la Eucaristía manda a los sacerdotes dar tres besos: al altar (al salir a celebrar), a los Evangelios (después de leerlos) y al hermano (el ósculo de la paz). Y esos son los tres amores que un cristiano ha de cuidar y mantener en equilibrio: Altar (Eucaristía), Evangelios (Palabra de Dios) y el hermano (el prójimo que Jesús me manda amar como a mí mismo). No quitemos ningún beso por favor, los tres son esenciales, los tres imprescindibles.

Lucas recoge el inicio de la predicación de Jesús en la sinagoga de su pueblo, Nazaret: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor». Jesús se identifica con este mensaje. Él es el consagrado por el Espíritu, el ungido, que se deja guiar por el Espíritu de Dios. Y el Espíritu le manda a: evangelizar, a proclamar libertad, la vista, la liberación y el año de gracia del Señor en el que todo se perdona, todo se renueva. Jesús dice que esta bendición extraordinaria y este perdón total viene con Él, con su presencia. Creer en Jesús supone esto, dejarse perdonar, sanar y liberar por él. Pero sabiendo que al mismo tiempo el Dios que te sana y perdona te pide que anuncies su misericordia, que evangelices a los que están peor que tú (los pobres). Aquellos que aún no han tenido acceso a esta buena noticia de salvación.

Víctor Chacón, CSsR