18 Dic Domingo IV de Adviento: Aprendiendo de María: Servir, llevar el Espíritu y provocar el gozo.
Salmo 79: “Pastor de Israel, escucha, tú que te sientas sobre querubines, resplandece; despierta tu poder y ven a salvarnos (…) ven a visitar tu viña. Cuida la cepa que tu diestra plantó, y al hombre que tú has fortalecido”. El salmo de este domingo aclama a Dios como Pastor y viñador. Dos profesiones que cuidan y acompañan en la naturaleza. El pastor, ovejas. El viñador, la viña, el campo. Las dos tareas atribuidas a Dios solo se hacen desde el cariño y el cuidado, desde el velar por lo que se siente como propio para que crezca y mejore. Es interesante pensar que llamar a Dios pastor mío significa que voy a dejarme guiar, pastorear por él. Y llamarle viñador y decirle que visite su viña, su obra (nuestra vida), significa que le dejamos decidir si arar, sembrar, podar, cosechar o dejar descansar la tierra. Si nos fiamos de Él y le pedimos ser viña suya, le damos el poder y la iniciativa de lo que ocurre en nuestro campo, es bueno que lo recordemos.
Hebreos: “Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias, que se ofrecen según la ley. Después añade: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad». Niega lo primero, para afirmar lo segundo”. Cristo Jesús nos lleva a otro nivel religioso que no es el de los sacrificios externos u ofrendas a Dios. Desprenderse de cosas puede ser difícil, pero también es desde luego bastante cómodo. Él pide y busca en nosotros un desprendimiento mayor y más sincero que es el del corazón, el de la propia voluntad. San Alfonso nos recuerda en sus escritos que lo propio del creyente es caminar hacia la comunión con la voluntad divina. Él lo llamaba “uniformidad”, en el sentido de hacer de las dos voluntades una sola. Y termina diciendo Hebreos: “conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo”. Cristo nos enseña a hacer esta ofrenda real y personal de la vida. Él nos santifica y nos abre el camino a recorrer: aprender a vivir en diálogo con el Padre y no ofreciéndole cosas.
María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña (…) Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
María es el icono clarísimo de este cuarto domingo de Adviento. El texto de Lucas asocia en su texto varias cosas en pocos versículos: María peregrina y servidora que va a ayudar a su prima (estando ella misma encinta). María que alegra a Isabel y le comunica el Espíritu Santo, ella es -en palabras teológicas- la pneumatófora, la portadora del Espíritu. Quien lleva dentro el Espíritu Santo lo puede comunicar. Ella es capaz de derramar la gracia, de comunicarla, porque vive en comunión con Dios. al hacerlo, María provoca la bendición y la alabanza de Isabel que no puede contenerse. Así sin quererlo Lucas nos traza una senda: Desde el servicio-entrega, se recibe el Espíritu y se vive en la alabanza. ¿Por qué no probar? Dios bendice a los que sirven y aman. Como María e Isabel. Su gozo llega no cuando se espera o en momentos de tranquilidad ideales, sino mientras estas dos mujeres están en su embarazo y se deciden a cuidarse y atenderse mutuamente. Es bueno que no esperemos el momento ideal para las cosas sino que a veces simplemente hagamos que sea el momento posible. Dios que nos quiere bendecir y llenar de su gozo, nos pide buscar estos momentos de servicio y entrega al prójimo, donde cuidarle, velar por él, servir y amar… es un regalo que se vuelve a nosotros aumentando la luz pequeñita que dábamos. Él siempre hace crecer nuestra luz. Dejémonos iluminar por Él.
Víctor Chacón, CSsR