Domingo IV TO, Fiesta de la Presentación del Señor: La compasión y el crecimiento que Dios quiere en mi vida.

 

Hebreos da una buena clave esencial en la vida de Cristo: “tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar los pecados del pueblo. Pues, por el hecho de haber padecido sufriendo la tentación, puede auxiliar a los que son tentados”. La carta a los Hebreos, que es un gran tratado teológico sobre el sacerdocio de Cristo cifra en la compasión una de sus cualidades esenciales. En todo se parece y asume Cristo la vida humana. En todo nos entiende, pues Él también ha sido tentado en su fragilidad, en su humanidad. Como decía el genial teólogo de los primeros siglos S. Ireneo de Lyon: “Lo que no se asume, no se redime”. Y este argumento que sirvió para terminar de justificar el apoyo a la humanidad real de Cristo, del Hijo de Dios, ahora nos sirve para mucho más. Asumir es una de las tareas fundamentales de la vida… asumir nuestra realidad, nuestras condiciones de vida (de salud, económicas, de familia, personales…), asumir el amor y el desamor, asumir mi fragilidad y mis límites, asumir mis opciones y posibilidades. Y cuando voy cumpliendo años, asumir también mi fragilidad, poner la fuerza donde está, ya no en el hacer (pues ya no hago tantas cosas) sino en el ser.

Simeón y su oración. Una vida cumplida. “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador”. Simeón es profeta gozoso, le ha tocado dar un cántico de alegría en su vejez. Después de muchos años y de mucha espera… por fin ve a su salvador. Dios se lo ha concedido. Y él, que ha mantenido el corazón encendido y la ojo a vizor, y el oído atento… ha sabido verlo y escucharlo. Simeón hace la oración que todos desearíamos hacer: ya no hay nada más grande que puedas darme Señor, has colmado mi vida de gozo y luz con este momento de gloria. Me voy feliz contigo cuando Tú quieras. Como decía un humorista español recreando a un “nini” que vivía en casa de sus padres, “no te pido que me lo mejores, iguálamelo”. ¿Puedo yo hacer la oración de Simeón? ¿Estoy despierto y atento buscando al Señor como él?

La profetisa “Ana, no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén”. Ana es profetisa fiel y sincera. Constante en su oración y en su servicio al templo. También supo reconocer el momento de su venida y ver en Jesús al salvador de la humanidad. Y así lo anunció y testimonió a sus coetáneos. ¿Cómo ando yo de constancia y fidelidad? ¿Soy capaz de orar fielmente y también de compartir mi fe como Ana, hablar de Dios?

Lucas hace una síntesis estupenda al final del evangelio de hoy: “El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él”. El evangelista señala a la vez el crecimiento que se da por fuera y por dentro; cuerpo y alma; físicamente y mentalmente en Jesús. Robusteciéndose, haciéndose más fuerte, más estable, más seguro de sí… porque la gracia de Dios estaba con él. De hecho, es la gracia la que lo hacía crecer interiormente. Jesús es el hombre que se ha dejado modelar total y absolutamente por la gracia divina. Ha aprendido a escuchar a Dios en profundidad, a acoger sus planes, su voluntad; a comprender su bondad, y por tanto jamás temerla, y por ello entregar su vida a realizarla completamente. Jesús no tenía más proyecto de vida que hacer la voluntad de Dios, acoger su gracia, y difundir esa gracia que renueva, perdona, ilumina, ensancha, quita temores y ayuda a amar en profundidad y en libertad. Si nos dejamos, Jesús nos enseña a vivir esto, dejándonos cuidar, sanar y bendecir por la gracia… ensanchando nuestra vida, desbordándola de todo límite estrecho y ambiguo. Y es que Jesús nos llama a una plenitud mayor que el mundo no puede dar.

Víctor Chacón, CSsR