02 Feb Domingo V del tiempo ordinario. ¡Sal que sala y luz que brilla!
“Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, cubre a quien ves desnudo y no te desentiendas de los tuyos. Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas, ante ti marchará la justicia, detrás de ti la gloria del Señor”. La fe cristiana nos llama a esta coherencia de vida. No podemos creer en el Dios compasivo, esperar compasión nosotros y no serlo nosotros con los demás. No podemos pedir ayuda al que todo puede y no darla nosotros en la medida de nuestras posibilidades. La fe y el ejemplo de Cristo nos piden hacer el amor concreto. “Obras son amores y no buenas razones”. Palabras bonitas podemos decir todos y es bastante sencillo, gestos concretos de amor, de acogida, de búsqueda de la justicia, de ayudar a quien carece de oportunidades… esto nos cuesta más.
Hay que tener cuidado con las incoherencias de nuestro tiempo que por un lado se muestra compasivo y pronto para la ayuda y socorro a los animales maltratados o abandonados (sin que haya nada malo en ello), pero no expresa la misma compasión cuando el maltratado y olvidado es un ser humano, anciano, enfermo o inmigrante… También somos propensos hoy a tener una gran sensibilidad ecológica (y eso es bueno, no lo critico en absoluto), pero es fácil perder la sensibilidad humana. Ayudar a otros que están en condiciones mucho peores a las nuestras. Cada cual busque su cauce y su camino. La Iglesia os ofrece muchos: Cáritas, Manos Unidas (que será el próximo domingo), otras muchas ONGs y plataformas sociales… También las hay no religiosas y también está bien que allí nos vean a los creyentes, que allí nos encuentren. Este es un gran testimonio de coherencia, ser uno más en los lugares que se ayuda a la gente sin ir tocando bombo y platillo diciendo que somos cristianos. Ya se sabrá llegado el momento, ya aflorará ese mensaje o ya hablarán nuestras obras. Esto es lo que dice también el salmo 111: “En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo. Dichoso el que se apiada y presta, y administra rectamente sus asuntos”.
El evangelio de este domingo es continuación del Sermón de la montaña, las Bienaventuranzas, que escuchábamos el pasado domingo. Y en él Jesús se dirigía a toda la comunidad, a todos los discípulos y no solo a los apóstoles. A ellos les dice que hay tres cosas absurdas: sal sosa, una ciudad alta oculta y luz que se enciende y se tapa a la vez. La sal es un condimento necesario y básico, pero nótese que la sal no es alimento principal. Nadie come solo sal, un “bocadillo de sal” o “sopa de sal”. Sino que la sal acompaña, da sabor. Este es el protagonismo que Jesús nos pide a los discípulos, un protagonismo discreto, humilde, dando sabor. Pero no acaparando la atención o creyéndonos “el plato principal” sino acompañamiento. Luz es una metáfora de la santidad, la “luz de los creyentes”. Isaías señaló que al pueblo que caminaba en tinieblas una luz les brilló, Cristo. Hoy Jesús nos recuerda que la luz somos nosotros. La Iglesia es comunidad llamada a iluminar el mundo con su luz, con su fe, con su mensaje de vida. “Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos”. Las obras que nacen de la fe, las obras cristianas, tienen una función misionera: ayudar a otros a creer. Cuidemos las obras, los actos, las actitudes… “¡lo que eres habla tan fuerte que no puedo oír lo que dices!”.
Víctor Chacón, CSsR