Domingo V del Tiempo Ordinario: Sin miedo a la impureza o la debilidad, ¡rema mar adentro! 

 

Isaías narra su vocación, el mandato divino por el que él se siente llamado a ser profeta, cuando en una visión del cielo exclama: «¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo». Uno de los seres de fuego voló hacia mí con un ascua en la mano (…) la aplicó a mi boca y me dijo: «Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado». El tema de la impureza e indignidad va muy asociado a la fe en el Dios supremo, excelso y todopoderoso. Realmente hay una asimetría, un desnivel, Dios y su sabiduría y su mundo están realmente en otra órbita de lo humano (o lo estaban, hasta que llegó Jesús de Nazaret a la tierra). El tema de la impureza/pureza y de la dignidad e indignidad ha hecho mucho daño a lo largo de los siglos a muchos creyentes. Sobre todo porque algunos ministros se pasaron en el subrayado de esta cuestión, como si ellos caminaran entre algodones estériles y estuvieran exentos de cualquier debilidad o mancha humana, cosa que dudo. Es bueno no pasarse con el subrayado de estas cuestiones primero, porque no es algo nuclear en la fe; y segundo, porque de ahí a crear escrúpulos y pensamiento obsesivo hay un solo paso y es pequeño… 

Isaías muestra maravillosamente que él, que se sintió impuro e indigno, desde su fe acogió al Dios que reparó esa conciencia y envió al ángel a purificarle. Dios sale al paso de nuestros reparos, deshace nuestras excusas. Deja a Isaías sin excusas para servirle y por eso puede decir: “Aquí estoy, mándame”. 

San Pablo nos abre su conciencia de modo maravilloso diciendo: “Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo”.  

Pablo nos ayuda a equilibrar nuestra conciencia. Él se reconoce pecador y perseguidor de la Iglesia, también indigno. Pero, “por la gracia de Dios soy lo que soy”. ¡Qué maravillosa aceptación de su historia! No tengo vergüenza de lo que he vivido, pues lo que soy es el resultado de lo vivido, mi sabiduría nace de mis errores. Él es capaz de reconocer y mostrarse orgulloso del trabajo que Dios le ha permitido hacer y que le iguala a los apóstoles e incluso les hace superar muchas cosas de ellos. 

Ojalá tengamos este sano orgullo y reconozcamos lo que la gracia de Dios ha hecho en nosotros. Y es bueno que te lo preguntes: ¿Qué ha hecho la gracia de Dios conmigo? ¿Me ha hecho cambiar, mejorar como persona, le he dejado actuar en mi vida como san Pablo o Isaías? 

Jesús y Pedro tienen un diálogo interesante: «Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca». Respondió Simón y dijo: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes». Jesús sorprende a los apóstoles que ya recogían y lavaban las redes con cansancio -toda la noche bregando- y con frustración. Y transforma esa frustración en sorpresa, admiración y fe. Él les hace una llamada a no abandonar la tarea, la pesca. Pero es importante remar mar adentro, profundo. Arriesgarlo todo. Junto a la orilla no se pescan los peces más grandes, hay que abandonar la seguridad de tierra firme y alejarse, adentrarse en el mar. La llamada a confiar en Dios y en sí mismos va a la par. Por eso les pide que -fiándose de su palabra- se adentren en el mar y pesquen de nuevo. Y allí, el milagro ocurre.  

Jesús no se asusta de nuestro pecado, debilidad o impureza (Isaías y Pablo lo demuestran), pero nos pide honestidad y entrega. No hacer las cosas superficialmente y “para cumplir”, nos pide remar mar adentro. Totalidad y compromiso. No se puede ser cristianos a medias. Por eso ellos, viendo la solidez de su palabra y de su ejemplo: dejándolo todo lo siguieron alegres. No tuvieron ninguna duda: iba a ser mucho más lo que al lado de Jesús ganaban que lo que dejaban atrás. Ojalá nosotros tengamos la misma certeza y valentía. Estamos en tus manos señor, llámanos con claridad y fuerza a seguirte mar adentro, ¡a perdernos contigo y en ti! Nunca seremos más felices ni nuestra vida más plena. 

Víctor Chacón, CSsR