11 May Domingo VI de Pascua, ¡La ciudad se llenó de alegría!
Se acerca Pentecostés. Y eso irremediablemente hace que todas las miradas y discursos de fe giren en torno al Espíritu muy especialmente. Nunca debería ser de otro modo, porque Él es el protagonista silencioso de la historia, la humana y la divina. El actor secreto que busca pasar desapercibido y mover los corazones, las mentes, las almas… sin hacer mucho ruido hacia el proyecto de Dios. Nunca deberíamos dejar de ser “cristianos espirituales”, hombre y mujeres del Espíritu. Pues en Él fuimos bautizados y la vida de fe que profesamos tiene en él su raíz y su fundamento, y su plenitud.
Así lo atestigua Hechos de los Apóstoles: “Se enteraron de que Samaría había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan; ellos bajaron hasta allí y oraron por ellos, para que recibieran el Espíritu Santo… les imponían las manos y recibían el Espíritu”. Hay una preciosa cadena de actos que ordenan la fe en este lugar: recibir la Palabra, oración por el Pueblo, imposición de manos y recepción del Espíritu. El Espíritu ha de ser recibido, acogido, admitido en la propia vida… no es algo dado, supuesto ni automático. Ya lo decía Santo Tomás de Aquino: “La gracia actúa si no ponemos óbice”. Si no frenamos su acción o la obstaculizamos… Dios no actúa forzando nuestra voluntad, manipulando u oprimiendo. Él quiere contar con nosotros, y unirnos dulcemente a su proyecto por Amor, no por fuerza.
Juan da la clave: “El mundo no puede recibirlo (al Espíritu), porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros”. El Espíritu es el que mora en nosotros y está en nosotros. Pocas veces reparamos en esto. ¿Soy consciente de ser casa del Espíritu? ¿Me doy cuenta de que Dios no está solo fuera o en lugares sagrados o en la capilla del Sagrario, sino en mí, en mi vida, en mi ser? Nos hemos olvidado de que somos sagrados, santos, lugar donde Dios mora… hemos caído en menospreciar nuestra vida, nuestros cuerpos y encerrarnos solo en categorías pesimistas y negativas: pecado, debilidad, miseria… ¡qué triste pensar así! ¡y qué pobre! Dios ensanchando tu vida, morando en ella, y tú queriendo verla estrechita, pobre y pequeña…
Un reto que el Espíritu nos pone: “Estad dispuestos siempre para dar explicación a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza, pero con delicadeza y con respeto, teniendo buena conciencia”. Cristianos dispuestos a dar razones de su esperanza: a exponer lo que creen y sienten, pero sin fanatismo ni dureza, solo con la pasión que da la fe… dispuestos a contagiar algo bueno que anima y da luz a nuestra vida, pero buscando no imponer ni herir, ni sentirnos superiores a nadie. ¿Seremos capaces de aprender este nuevo estilo tan necesario, amar sin herir, testimoniar la fe sin arrollar, hablar sin sentenciar ni juzgar?
Víctor Chacón, CSsR