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20 Feb Domingo VII del T.O.: Aprender la medida de la gracia y del amor, vivir reconciliados
Dijo Jesús a sus discípulos: «A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian». Amar al enemigo suena difícil sino imposible. ¿Cómo voy a amar a quien busca mi mal o me ha hecho daño? ¿Cómo amar a quien no me ama? Nos imaginamos que Jesús nos está pidiendo que seamos cariñosos con nuestros enemigos o que les tratemos con confianza, con afecto… pero Jesús jamás dice esto. El verbo que Jesús emplea para hablar de este amor no es philéô (amor de amistad) sino agapáô, que denota sobre todo manifestaciones de respeto y benevolencia.
¿En concreto, qué significa esto? ¿Cómo puedo yo ser respetuoso y bondadoso con “mi enemigo”? Al menos desde cuatro sencillas actitudes: 1) No hacerle mal, no devolver mal por mal, poniéndote a su nivel. No hacer lo que tú consideras que está mal hecho. 2) No desearle el mal, “no odies de corazón a tu hermano” (Lev 19, 17). 3) Desearle el bien. Y esto puede ser perfectamente desear que se convierta, que cambie de actitud. De hecho, Jesús enuncia este precepto de amar al enemigo vinculado a la oración, “orad por los que os persiguen”. 4) Estar dispuesto, si la ocasión se presenta, a hacerle un bien.
“Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo”. Pensar en cómo quiero ser tratado yo, me parece un buen principio de moralidad, de rectitud ética. No tolerar en mi ninguna actitud que no me gustaría sentir que otro me dirige: ¿quieres ser respetado?, ¡respeta!; ¿Quieres ser entendido? ¡esfuérzate por entender al otro! ¿Quieres ser aceptado? ¡acepta! ¿Quieres ser valorado? ¡valora a los demás! ¿Quieres ser escuchado? ¡escucha! (…) No vale con hacer solo el bien a aquellos que amo o son mi familia y cercanos. Eso es demasiado fácil, demasiado cómodo. Arriesguemos un poco más. Sin duda la talla humana de una persona se demuestra en su manera de tratar a los demás, especialmente a la gente humilde y desconocida, a la que no le une nada. Ahí cada sonrisa y cada gesto de bondad es verdaderamente gratuito, pues no le debe nada y no gana nada con ello.
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará. Aprende la medida de Dios, que es compasivo, nos dice Lucas. La medida de Dios es un abrazo intenso que deshace todas nuestras corazas y rigideces, que a base de calor e intensidad derrite el hielo que a veces somos y ofrecemos a los demás. El perdón y la misericordia son la puerta que abrimos a la otra persona para que se mejore y sea una mejor versión de sí misma. Como el obispo de Dijon (en Los Miserables), que le dice al expresidiario: “Jean Valjean, mi hermano ya no perteneces a la maldad. Con esta plata he comprado tu alma, he pagado para rescatarle del miedo y del odio. Y ahora le devuelvo a Dios”.
Salmo 102: “Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. No nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas”. Aprender a no pasar factura. A pasar página. No porque seamos tontos, sino por amor propio e inteligencia emocional. Retener rencores y odios no ayuda a dormir bien ni a pensar bien. No da paz. Aprendamos a vivir en la misericordia y la gracia, que se ríen del juicio y de la condena (Sant 2, 13).
Víctor Chacón, CSsR