Domingo VIII del TO: Responder con el corazón y entregarme sin reservas ¡al Dios que me ama!

 

El Eclesiástico nos da una clave sapiencial valiosa: “El horno prueba las vasijas del alfarero, y la persona es probada en su conversación. El fruto revela el cultivo del árbol, así la palabra revela el corazón de la persona. No elogies a nadie antes de oírlo hablar…”. Hay personas con las que conversar es agradable, por su actitud, por su rostro (no necesariamente bello, pero sí a los ojos de Dios), por sus palabras…hay personas que dan paz, que transmiten sosiego, sabiduría y luz. He tenido la suerte de encontrarme a muchas. Dios me las ha regalado. Me ha bendecido con su presencia. Hay otras personas con las que la conversación va siempre por otros caminos, todo es más brusco, hay menos paz, se nota a veces excesivo interés por saber morbosamente o por convencerte de algo, o por criticar a alguien. En algunas conversaciones no hay paz, no hay luz, no hay sabiduría y no hay bendición… Es importante que revise mis palabras y mis conversaciones con los demás. Es necesario que piense en lo que digo y cómo lo digo, en si mido el peso y el daño posible de mis palabras, que no regresan. ¿Estoy atento y cuido mis palabras? ¿Las que digo a otros y las que me digo a mí mismo?

Hace unos días un filólogo nos ayudaba a distinguir en una charla a voluntarios entre “responder” y “reaccionar”. Responder es “hacerme responsable”, es sereno, nace del pensamiento y la meditación (aunque sea breve), en una respuesta puede haber matices y sombreados, se puede afinar más. En las respuestas hay más cabeza y corazón. Reaccionar es distinto, es inmediato. No nace ni de la reflexión ni del silencio, es casi instintivo. No mide el daño provocado. Es superficial. Hoy las redes sociales nos piden con frecuencia “reacciones” y puedo poner, sonrisas, corazones, besos… o caras de enfado, de tristeza o de vomitera… Hay de todo. ¿Somos personas que reaccionan rápidamente o somos capaces de acoger, procesar, hacer silencio y responder conscientemente?

Salmo 91: “Es bueno dar gracias al Señor y tocar para tu nombre, oh Altísimo”. ¡Cuánto tenemos que agradecer Señor! Y se nos olvida a veces. Cuántos regalos en personas, en conversaciones, en oportunidades que nos has dado. Y como decía Jorge Manrique: “y se nos pasa la vida tan callando”. Es bueno hacerme consciente de la bendición que tengo y de la bendición que soy para los demás. Medita esto y busca tus palabras para alabar al Señor. La carta a los Corintios nos invita: “Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor, convencidos de que vuestro esfuerzo no será vano en el Señor”. Buscar lo que Dios quiere de mí. Descubrirme bendecido y agraciado por Dios. Acariciado por él como su hijo/a amadísimo. Y el sentir tanto amor en la vida cristiana no nos aísla ni nos aleja de los demás: ¡todo lo contrario! Una vez me sé tan amado, tengo que darme, compartirme y entregarme. Porque tanto amor para mí solito es demasiado, sería egoísta quedármelo.

Lucas no nos deja caer en misticismos tontos e incoherencias: ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. Cuidado a ver solo el mal y la debilidad ajenas. Cuidado a creerme con derecho a corregir a otros, pero no enmendarme yo. Necesitamos ejercer y vivir un acompañamiento comunitario desde el cariño y el ayudar a crecer, “guiar sin herir” esto le pido a Dios muchas veces. El Papa Francisco nos ha ayudado a redescubrir la dinámica del acompañamiento en la Vida Cristiana. El Papa ha insistido en el valor de esto. En la Parroquia hemos acogido esa llamada.

EG 169: “La Iglesia tendrá que iniciar a sus hermanos —sacerdotes, religiosos y laicos— en este «arte del acompañamiento», para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5). Tenemos que darle a nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana”. Queridos jóvenes y no tanto: ¡La Iglesia necesita que maduréis, estéis sanos, libres y equilibrados! Para mejorar este mundo y para ser más fieles a Cristo. Tomároslo en serio. ¡¡Os necesitamos bien!! Respondiendo y no solo reaccionando.

Víctor Chacón, CSsR