Domingo XI del tiempo ordinario, “El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra…”.

 

Salmo 91: “El justo crecerá como una palmera… En la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso”. Hay ancianos a los que admiro profundamente. Por su simpatía, por su actitud serena y esperanzada, porque han conseguido que la vida no les amargue, muy al contrario, ellos han conseguido endulzar su vida y su entorno; transmitir esperanza, ayudan a mirar más lejos y más profundo. A no detenerse en las contrariedades y sinsabores del presente. Hay una sabiduría en esta manera de hacer y enfocar la vida. Porque una cosa es aquello que nos sucede (y a veces puede ser terrible) y otra cosa distinta es lo que hacemos con lo que nos sucede, nuestra manera de afrontarlo.

Según Marcos, Jesús decía al gentío esto: “El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola”. Es un canto a la confianza esta parábola del sembrador. El sembrador debe confiar la semilla a la tierra, poner la semilla en las condiciones adecuadas para que germine. Hay una parte que depende de él, y que debe elegir bien: escoger buena semilla (no cualquiera vale), sembrarla a la profundidad adecuada, en terreno bueno, y en buenas condiciones de humedad, con el suficiente riego. Pero hay una enorme parte de misterio en la siembra, que el sembrador no controla. El proceso de germinación es para él misterioso y no depende de sus esfuerzos, el tiempo atmosférico que hará y que favorecerá el crecimiento rápido tampoco depende de él. Tantas cosas en nuestra vida son así, no las controlamos y por mucho que nos empeñemos no las conseguiremos. Bernhard Häring hablaba de la Ley de la gradualidad, la necesidad de confiar en los tiempos y en los procesos. Se requiere maduración para dar ciertos pasos y respuestas en la vida. ¿Por qué a veces no podemos dar ciertos pasos de madurez, de sabiduría, de inteligencia…? Porque no era el momento. Probablemente por esto.

“La semilla más pequeña”. La semilla de mostaza evidencia este maravilloso milagro. No se puede despreciar nada ni a nadie. Incluso la semilla más pequeña, esconde el poder inmenso de crecer y albergar aves y ser frondosa, si Dios desea que crezca. Es una fuerte llamada de atención a no despreciar lo pequeño en nuestra vida. A no obsesionarnos “con grandezas que superan nuestra capacidad” como dice el salmo, sino también aprender a acallar y moderar nuestros deseos, y saber que, con frecuencia, Dios se revela mejor en lo pequeño.

Víctor Chacón, CSsR